Te amo
Te presentí como quien adivina una tormenta.
Me prometí entonces atreverme a soñar siempre, aunque doliera, aunque para ello hubiera que sentir intermitentes ráfagas de viento helado en el corazón ó caminar bajo el incontenible cielo que me desvela la pequeñez.
Y es que hay amores que deberían traer una advertencia de extremar precauciones. Como éste que se me ha encajado en el pecho, y enquistado en la razón.
Aún siento el mareo que me provoca tu alma telúrica y el temblor que me desata tu presencia vendaval.
Pues nada, que hoy renuevo esa promesa... me atrevo a soñar.
A.
Mío
Cada vez es más breve ese pequeño espacio donde quiero vivir. Ese, entre la puerta y tu cuerpo. Entre tu mano y mis gemidos, entre morirse y resucitar. Que seamos otros, distintos, mezclados, no tú y no yo sino uno, el mismo. Que te quedes en mí, que permanezcas en mi piel, entre mis piernas. Que me existas y me sucedas.
Aquí... conmigo y a mi lado.
Que sea yo ese lugar en el que te vas y vienes, en el que te mueres de a poquito. Ese lugar en el mundo, donde solo estés tú y yo contigo.
Me quiero en tu vida.
Me quiero contigo.
Ya no sé quererte de otra manera.
Que mi cuerpo reconozca tu río por sus cauces. Que no haya parte de mí sin ser descrita por el lenguaje de tus manos. Que revivas del sueño.
Y cuando ese nuevo amor llegue a tu cuerpo, que se quede mudo de caricias. Porque ya todo estuvo dicho por mis labios. Nada quedó para ser allanado, nada dejé sin ser descubierto.
Gotas de tí, de tu deseo, cayeron en mi cuerpo y me regaron haciendo que nacieran flores. Entre mis piernas escurrieron tus ganas y las mías.
Tú eres esa cajita en la que guardé mis gritos, bebí de tu sexo la vida misma. Eres mi predicado y sujeto. El verbo que no será dicho de nuevo.
A.
Io koniuchu
¿Te he dicho que te quiero más de lo qué creo, que te sueño más de lo que duermo, y que te vivo más de lo que respiro?
¿Te dije ya que te quiero más de lo que me cabe, desde antes y después?
Te quiero a diestra y siniestra, con un amor que asusta y me lanza por el aire.
Te quiero a más no poder, al fin y al cabo, de buenas a primeras, y no de vez en cuando.
Te quiero con tus altas y tus bajas, por las buenas y en el desastre que ocasionas cada vez que me devuelves la mirada.
Te quiero echándote de menos, nunca de más.
Te quiero sin saber del tiempo, pero si de intensidad.
Te quiero, te quiero mucho. Como si nunca antes lo hubiese hecho, como si cada día aprendiera a hacerlo más.
A.

Todas, pequeñas historias
Recién había cumplido 18, y mi servicio social lo hacía en una subdivisión de la UNAM, División de Educación Continua, se llamaba.
En ese lugar se impartían seminarios y posgrados. Era yo una de las edecanes y el contacto a diario con las personas que asistían a esos cursos era inevitable. Él tenía 42 años, apuesto y con una posición económica que deslumbraba. Divorciado y con hijos.
Empezó el cruce de miradas, las sonrisas, los detalles.
Las flores en mi mesa que dejaba para que yo las encontrará al llegar, los mensajes...
No fue difícil "enamorarme" de él. Diría yo que bastante fácil, era el sueño de cualquier mujer, decían. Y yo muy joven para no pensar diferente.
Después de un par de meses de noviazgo, nos fuimos a vivir juntos, a pesar de la negativa de mis padres.
Al principio todo era miel sobre hojuelas. Qué afortunada me sentía, se había fijado en mi, pensaba.
Dos meses después vino la primer señal. Era ya de madrugada cuando llegó, y al parecer había tomado. Yo estaba molesta así que me fui a dormir a la otra habitación, dejando detrás de mi un portazo.
Después de unos minutos escuché el ruido de las cosas estrellándose tras esa puerta, me asomé y lo vi a él lanzando lo que tenía a su alcance, bastante ebrio en realidad.
Estaba asustada y traté de tranquilizarlo. Así que lo convencí de que fuéramos a dormir.
Intentaba yo hacerlo cuando sentí sus manos sobre mi cuerpo, quise detenerlo, salir de ahí enseguida, pero tomándome del brazo me dejó claro que cualquier intento por zafarme sería en vano. Volver a sentir eso, me paralizó. Algo en mi interior se encendió, como en aquella tarde de mi infancia en la que no pude siquiera gritar.
Y ahora el hombre que me "amaba" actuaba de tal forma que no pude evitar revivir aquel momento.
Estaba aterrorizada, los minutos se hacían interminables y la decisión de vivir con ese hombre empezaba a doblarme.
Al día siguiente quise confrontarlo, y lo hice. Tuve que decirle lo que había ocurrido y se mostró sumamente apenado. Él dice que no recordaba nada y quise por un momento que mostrara un poco de esa violencia que había mostrado la noche anterior, para poder tomar la decisión de terminar con una relación que tan sólo se nos había instalado.
En su lugar recibí llanto y una enorme culpa de un hombre que se revolcaba en arrepentimiento.
No me fui. Seguí a su lado, convencida entonces del error que había cometido. Pero la promesa de ese hombre hermoso de que no volvería suceder y el ver nuevamente a ese hombre bueno, cariñoso y sobrio me hizo olvidar al monstruo en el que se convertía con el alcohol.
Pero volvió a pasar, y yo no estaba preparada para ese escenario.
Ésta vez no hubo manera de escapar. No hubo forma de hacerlo entrar en razón, ni de darle por su lado, ni de obviar la situación, ni siquiera apelando al amor logré mitigar esa otra forma de ser.
Entonces supe con una certeza torera de que ya no estaba enamorada.
El asco, el miedo y la desesperación predominaban por encima de todo.
Supe que todo estaba roto, principalmente yo.
Al siguiente día me enfrentaba yo con su mente vacía, con su falta de recuerdos, con una puta página en blanco en esa historia.
Sin embargo él sabía que algo había sucedido. Y a ese dolor yo ya le había descubierto el nombre. Dicen que cuando le pones nombre a algo ya no puedes ignorarlo.
Violencia.
Y ese hombre que decía amarme como nunca antes, había derribado el único muro que me sostenía.
Parado ahí frente a mi, avergonzado hasta el llanto descubría el horror por el que pasé gracias a mis gritos y mi rostro deformado.
Él no era él, y por eso era tan difícil y frustrante enfrentarlo.
Ésta vez si me fui. Terminé con esa relación como quién decide cambiar de canción.
Él intentó varias veces de encontrarme, y la única vez que lo consiguió comprobé que no sentía por él más que repulsión.
Regresé a casa de mis padres sin decirles la razón, pero acompañada de una profunda decepción y un cansancio que probablemente nunca se ha ido del todo.
Ahora tocaba recuperarme, hacer pausas cada cuando para comprobar que seguía yo ahí. Dolida pero ahí, disminuída pero ahí.
Y me llevó mucho tiempo asimilar la experiencia, hasta que un día la acepté como quien acepta a un perro herido que vuelve una y otra vez hasta nuestra puerta. Y cuando era testigo de cualquier indicio de violencia, palidecía. Como estoy segura que palidecerían muchas al conocer mi historia.
Conocí a una chica hace tiempo por este medio, nos hicimos amigas, empezamos a tener comunicación a diario y la confianza para contarnos ciertas cosas. Se sorprendió muchísimo cuando supo de esto, y a mi me pareció tan extraña su sorpresa. Pareciera que fuese yo la única que ha sufrido cierto tipo de violencia, cuando este mundo está repleto de ella. Las mujeres tenemos la costumbre de vernos en otras mujeres, porque hacerlo nos posiciona en algún sitio, porque compararnos nos hace sentir "únicas", y eso alimenta nuestro ego.
Pero las mujeres que hemos sufrido violencia, tenemos la capacidad de hacer todo eso a un lado, y calzar los zapatos de la otra. De aprender mutuamente para saber cómo se sigue, cómo le haces para volver a tener una nueva relación amorosa, para saber cómo se cierran los ciclos, y sobre todo para ver de donde puedes asirte para seguir adelante.
Para muchas eso no nos es suficiente, muchas de nosotras debemos confiar en que las cosas iran reacomodándose.
Difícil para alguien como yo que nunca aprendió a esperar, pero que tristemente tuvo que hacerlo.
Hasta hace poco que descubrí que el amor, el verdadero amor, no necesariamente tiene que doler. Que hay quién te escuchará de verdad, que el amor también nos puede dar bienestar.
Y que se puede vivir en una historia donde tengas voz... La necesaria para no volver a permitir el menor atisbo de violencia.
Que habrá a quién le incomode leer esto. O quizá a quién le sirva de escarmiento, no lo sé.
Ayer vi en la televisión algo que me removió por dentro. Supongo que por eso mi necesidad de hoy contar esta, mi historia en relación a la violencia.
Porque por primera vez en mucho tiempo no rechazo esto que me pertenece y porque narrarla sea quizás el primer paso para tener poder sobre lo sucedido y que este cuerpo que me ha sido tan ajeno a mi por años, empiece a hacer las paces conmigo.
A.
Claroscuro
— ¿Qué haces, Fer?
Le hago un dibujo al ratón.
—Amm... Todavía crees en él, ¿verdad?
—Sí mamá, aunque no me trajera nada con el diente anterior.
Muchos niños ya no creen en él, Dani dice que no existe. Dice que son los padres los ponen las monedas bajo tu almohada, y ya ni siquiera guardan sus dientes.
Pero yo creo que si existe, sólo que dejaron de creer en él y se ha puesto triste. Entonces tienes que hacerle saber que tú sabes que es real y que quieres que cosas bonitas sucedan.
Y lo bueno de este dibujo es que él sabrá que yo lo espero.
Mira. ¿Te gusta? ¡Todavía me falta colorearlo!
Mi pequeña de 6 años sigue con lo suyo, mientras yo me pongo a pensar en cómo la ilusión no necesariamente tiene que ver con la inocencia.
Sonrío mientras ruego porque ésta vez el ratón Pérez no se quede dormido.
A.
De nubes, nanas y sonrisas.
Unos meses atrás hubiese dicho "que no se acabe",
hoy me digo que no me importa lo que dure,
ya es para siempre.
Crecí creyendo que a la felicidad tenías que ganártela o merecerla, pensando que tenías que trabajar por ella y además, mucho.
La felicidad en mi casa era algo así como un destino al que habríamos de llegar algún día, sin ponernos a pensar que ya éramos felices.
Recuerdo las veces que nos sentábamos todos a la mesa y la conversaciones eran interminables hasta que alguno de nosotros empezaba con esa manía de reírse del otro.
Hasta ahí quedaba todo, porque había quien terminaba enfadado por ser el blanco de esa risa. Yo no, generalmente me reía de mi misma.
Pero me pregunto, nos dábamos cuenta que eso era la felicidad... no estoy segura.
En mi casa había problemas, disputas, diferencias, roces, carencias, si. Como en muchas familias, pero nos amamos y con eso bastaba.
Peleaba mucho con una de mis hermanas, pero recuerdo el día que entré a la escuela y unos niños me molestaban, ella me defendió a capa y espada, me tomó de la mano y me mantuvo a su lado durante el recreo.
Yo a mi corta edad, comprendí que no importaba cuántos niños o niñas se metieran conmigo, estaba segura que a ellos no los querían tanto como a mí.
Mi papá no es un hombre que exprese mucho sus sentimientos, creo que no sabe muy bien como sacarlos, él es más bien de hechos. Digamos que su amor es más concreto.
Cuando hablo con él por teléfono nuestras charlas no duran más de cinco minutos, sin embargo no hay un día que no lo haga.
A veces por alguna razón no llamo a mis padres durante el día y con seguridad por la noche recibo su llamada.
El otro día mientras estaba a punto de salir de casa sonó el teléfono, llevaba yo mucha prisa, vi en el identificador que la llamada era de casa de mis padres, así que decidí que les llamaría mientras conducía. Me subí al auto y conduje a mi destino. Olvidé hacerlo.
Pasaron un par de horas y sonó mi celular, otra vez era de casa de mis padres. Estaba yo en medio de una conversación importante, así que respondí con un " les llamo enseguida, estoy un poco ocupada". Y así volvió a pasar una hora hasta que una vez más sonó mi teléfono, al ver el número recordé que debía llamarlos, así que contesté con un poco de desazón porque me sentí muy presionada.
Era él, mi padre. Y supongo que el tono de mi voz le hizo decirme, "hija no quiero quitarte el tiempo, sólo quiero saber que estás bien".
Mi padre no lo sabe, pero después de decirle que sí, que todos estábamos bien, de agradecerle y de despedirme, me puse a llorar.
Y lloré mucho porque me sentí una idiota, porque fui una idiota con él.
Y lloré porque creo que ya no sé cómo gestionar el amor que se me da sin que me pidan algo a cambio.
Obviamos lo evidente, y la felicidad es una de esas cosas.
A veces pienso que el amor tan grande de mi familia hacia mí me hizo daño. Ese amor me hizo creer que podía salir a la calle sin que nadie me lastimara, me hizo creer que la felicidad me la merecía casi a diario, me hizo creer que no había gente mala, que la vida era toda color rosa.
Quizá por eso mis relaciones amorosas no funcionaban, porque crecí recibiendo muestras de amor que después ya no llegaban.
Y también a eso me acostumbré.
He aprendido, a cursos intensivos como siempre digo, que la felicidad es como un dado, que habrá días en los que su cara tenga solo un punto, otros quizá tenga los seis, pero siempre, caiga el número que caiga... será para avanzar y a nuestro favor.
A.
P.D. Desde que estás, la felicidad me llega en dosis cotidianas.
Te quiero!
Aleteantes
¿Puede acaso él darse cuenta de la tempestad que
ella lleva por dentro?
¿Puede acaso el colibrí calmar la ansiedad que le causa su flor?
A
Puedo
Siempre digo que yo no sé querer. Y mucha gente piensa que lo digo medio en broma cuando en realidad yo lo digo medio en serio.
Yo no sé querer bonito, aunque ni siquiera entienda lo que es querer feo, o lo que es querer a medias o sin fuerzas.
No sé si existan diferentes maneras de hacerlo o si se puede querer por partes o de cuerpo entero. No sé si interviene el alma, el cuerpo o el deseo, o si se juntan el hambre con la gula y las ganas con el momento.
También me pregunto si se puede querer a distancia, desde adentro, o en determinado momento tendrían que intervenir las manos.
Pero si te digo que te quiero... es porque me nace del alma hacerlo. Y si no sé cómo hacerlo estoy dispuesta a aprender, y trabajar en donde fallo, de intentarlo una y otra vez, de inventar lo que haga falta, o imaginar lo quizá se me quede de lado.
A.
Mi beso
Y sonreímos, porque ambos sabemos lo imprevisto que puede resultar el infinito de cuando ponemos dos espejos frente a frente.
Sin demora empiezo con ese monólogo estricto que impaciente no sólo busca tu cara sino el resto de tu ser.
Y te encuentro porque por fin estás aquí, y entonces sin hablarme te acercas y me besas. Y el roce de tu cuerpo con el mío no deja lugar a las sorpresas.
Sonrío, porque es lo más humano que me sale cuando me siento indefensa... pero segura.
Me desnudas impaciente, como quien abre una cortina en la mañana para que su mundo interior se llene de sol y me descubres las ganas extendidas, blancas y a tus anchas.
Me incorporo y te quito la camisa lentamente. Mis manos recorren tu torso desnudo, más por supervivencia que por instinto.
Sin demora empiezo con ese monólogo estricto que impaciente no sólo busca tu cara sino el resto de tu ser.
Y te encuentro porque por fin estás aquí, y entonces sin hablarme te acercas y me besas. Y el roce de tu cuerpo con el mío no deja lugar a las sorpresas.
Sonrío, porque es lo más humano que me sale cuando me siento indefensa... pero segura.
Me desnudas impaciente, como quien abre una cortina en la mañana para que su mundo interior se llene de sol y me descubres las ganas extendidas, blancas y a tus anchas.
Me incorporo y te quito la camisa lentamente. Mis manos recorren tu torso desnudo, más por supervivencia que por instinto.
Me elevo lo suficiente para decirte en un susurro...
- Moría por sentirte mío -
- Moría por sentirte mío -
Mis manos descienden para liberar de tu cuerpo la dureza, y te sonrío como quien tiene la certeza de que esta noche somos menos laberinto y más rompecabezas.
Con tus manos, descubres esa primavera que me nace entre las piernas.
Algo me dices, pero el deseo absoluto lo disuelve en el laberinto de mi oreja. Sólo siento tu lengua que busca lentamente el camino, la percibo por esa vereda que al descender, es delirio.
Mi cuerpo se arquea buscando sentirte aún más, mis manos recorren tu espalda, mis piernas te atrapan, tu boca me busca las ganas.
Y llegas a ese paraíso que sólo tu has creado, desbordando con ansias mis caudales. Mi cuerpo impaciente te reclama desde dentro y obediente entras en mí con la fuerza de la marea y me invades con tu ir y venir de mar furioso.
Nos besamos y nos buscamos, como no sabiendo dónde empiezas tú y dónde termino yo.
Algo me dices, pero el deseo absoluto lo disuelve en el laberinto de mi oreja. Sólo siento tu lengua que busca lentamente el camino, la percibo por esa vereda que al descender, es delirio.
Mi cuerpo se arquea buscando sentirte aún más, mis manos recorren tu espalda, mis piernas te atrapan, tu boca me busca las ganas.
Y llegas a ese paraíso que sólo tu has creado, desbordando con ansias mis caudales. Mi cuerpo impaciente te reclama desde dentro y obediente entras en mí con la fuerza de la marea y me invades con tu ir y venir de mar furioso.
Nos besamos y nos buscamos, como no sabiendo dónde empiezas tú y dónde termino yo.
Te miro a los ojos, te sonrío traviesa y con la habilidad de una amazona, ahora eres tú mi presa. Soy yo la que propone y te deja sin salida.
Me subo a tu cuerpo, te bailo despacio, me muevo divina... danzo impaciente sobre tu sexo endurecido.
Tus manos de mi pecho a mis caderas, en el más delicioso sube y baja.
Te acoplas a mis movimientos y en ese balanceo tan placentero nuestras almas bailan y se besan.
Oscila mi cuerpo, mis caderas te danzan, y obscena acelero hasta sentir que te derramas.
Me subo a tu cuerpo, te bailo despacio, me muevo divina... danzo impaciente sobre tu sexo endurecido.
Tus manos de mi pecho a mis caderas, en el más delicioso sube y baja.
Te acoplas a mis movimientos y en ese balanceo tan placentero nuestras almas bailan y se besan.
Oscila mi cuerpo, mis caderas te danzan, y obscena acelero hasta sentir que te derramas.
Rendido a mi lado me invaden las ganas de mirarme en tus ojos, de rodearte con mis brazos para que no te vayas nunca, de llenar los huecos que hay entre mis dedos con los tuyos, de quitarte las palabras de la boca y guardarlas en la mía.
Podrás dominar todo lo que quieras de mí
pero tu condena será quedar encadenado
y tener celos de la mismísima sombra
que de mis pasos
no se despega.
Entonces, serás tú el conquistado
y no querrás
por nada del mundo
abandonar ese lugar que te corresponde
tanto como yo te correspondo a ti.
Así...
¿Habían notado que las personas somos como espejos?
¿Que si observamos detenidamente podemos ver a través de nosotros?
Por eso no puedo darte nada que no poseas ya.
Puedo enseñarte mis colores, pero no podré iluminarte si a ti te faltan matices.
No te puedo dar certezas si tú no las tienes, ni sentir admiración si tú mismo no te admiras.
No puedo creer en ti si tú no lo haces.
Y ni todo el amor que guardo para ti servirá de algo si no eres capaz de amarte.
Porque mirarse al espejo no es cuestión de ser recíprocos, es cuestión de reconocernos, de ver más allá de lo que el espejo nos quiere mostrar.
Por eso, cuando dos se ponen frente a frente en la perspectiva correcta, nace un pequeño mundo para ellos.
A.
Caminos
Me desnudo a paso lento
ante el dulce llamado
e incandescente de tu mirada
Me tiendo ahí, a tu lado...
Sientes mi aliento
en el vértice de tu cuerpo
Y yo el deletreo de tus dedos
sobre el vórtice de mis deseos
Te vuelves caricia líquida
Pecado impoluto que se amolda a mi cuerpo
Cual rienda la cabellera
guías con fuerza mi desbocado deseo
Desciendo al centro de tu infierno
ardo en tu fuego más intenso
Te posas en el sendero
que perviertes con tus besos
El infierno, cielo y tierra
en tus manos de alfarero
Caricias que cambian,
que someten, que redimen
Comunión bendita entre mis sombras y tus trazos de luz
Caderas que se elevan
marionetas de tu mar embravecido
Te adentras, te recorro
y el vaivén de nuestro paraíso
se hace eterno
Bebemos juntos
ese elixir que emana
de la misma fuente
dónde nos hemos perdido
Eres latido perpetuo
Soy gemido intempestivo
A.
Olor a Jazmín
(Justo así, lo espero)
Llegará alguien a quien le abrirás la puerta.
Y te llamará hogar.
A pesar de las paredes dañadas, de tus deshoras.
A pesar de las grietas en los techos, de tu impaciencia.
A pesar de las ruinas en el interior, de tu calendario de ruidos.
Y le dejarás la puerta entreabierta por si se quiere ir.
Pero se quedará.
A.
Viatorem
Habrá momentos en que no sepas por donde seguir, querrás detenerte para observar ese árbol que llamó tu atención, o quizás simplemente para soplar ese diente de león.
Encontrarás caminos sinuosos llenos de hojarasca, tal vez te encuentres con algún recuerdo agonizante en mi afán por verlo morir. Por favor no te detengas, no lo escuches, intentará por todos los medios revivir. Te dirá mentiras, te dirá que es parte de mi. Pasa de largo, y sigue caminando...
Ve por donde tú quieras ir, no hay límites ni restricción. Tampoco encontrarás señalamiento alguno. No habrá advertencia de curva peligrosa, ni de zonas de derrumbe. No habrá nada que te advierta del dolor.
Ve por donde tú quieras ir, no hay límites ni restricción. Tampoco encontrarás señalamiento alguno. No habrá advertencia de curva peligrosa, ni de zonas de derrumbe. No habrá nada que te advierta del dolor.
Confío en que sabrás por donde caminar, si quieres usa el mapa que te di, aunque lo importante de este mapa no es la ubicación mediante los puntos cardinales, ni los caminos, ni los lugares, sino el desdoblamiento de puentes en los que es posible unir y contemplar el presente, el pasado y el futuro en un solo instante.
Tampoco encontrarás nombres, sino espejos, laberintos y quizá algunas emociones alternas.
También verás la mitad de mi historia, he tratado de conservarla pero desde hace un tiempo se convirtió en mi cementerio, aunque no es muy apropiado este concepto pues lo que en ella guardo aún sigue vivo, entonces más bien podría decir que es un refugio para experiencias a destiempo y a desespacio.
Que no te conmueva ver como a los recuerdos les va faltando el aire y como sus delgadas piernas comienzan a debilitarse hasta que ya no pueden mantenerse en pie, déjalos morir, no es correcto mantener ese espacio anacrónico en el que pueden seguir existiendo, ellos saben que no pueden estar aquí, este ya no es su mundo.
No es que no los quiera, es que tendríamos que dejarles señales y conseguirles una especie de traje de astronauta para que pudieran ir y venir de un tiempo a otro sin perderse, tendría que abrirles mi pecho una vez más para que pudieran correr libremente y no, no quiero exponer el corazón a sentirse perdido otra vez.
También verás la mitad de mi historia, he tratado de conservarla pero desde hace un tiempo se convirtió en mi cementerio, aunque no es muy apropiado este concepto pues lo que en ella guardo aún sigue vivo, entonces más bien podría decir que es un refugio para experiencias a destiempo y a desespacio.
Que no te conmueva ver como a los recuerdos les va faltando el aire y como sus delgadas piernas comienzan a debilitarse hasta que ya no pueden mantenerse en pie, déjalos morir, no es correcto mantener ese espacio anacrónico en el que pueden seguir existiendo, ellos saben que no pueden estar aquí, este ya no es su mundo.
No es que no los quiera, es que tendríamos que dejarles señales y conseguirles una especie de traje de astronauta para que pudieran ir y venir de un tiempo a otro sin perderse, tendría que abrirles mi pecho una vez más para que pudieran correr libremente y no, no quiero exponer el corazón a sentirse perdido otra vez.
Te encontrarás un cortapelos de tacto suave, te guiará lentamente por la parte más oscura del camino, puedes confiar en él a pesar de su aspecto, él te enseñará mis caminos, mis montañas, mi hidrografía.
Verás mariposas brotar de algunas cicatrices, y mirar el efecto del infinito que es como poner un espejo frente a otro, podrás ir y venir.
Verás mariposas brotar de algunas cicatrices, y mirar el efecto del infinito que es como poner un espejo frente a otro, podrás ir y venir.
Pero sobre todo, conocerás las grietas, los pantanos y la larguísima secuencia de tormentas, incendios y epicentros que me llevaron a quedarme tan solo con la mitad de un amor en contingencia.
Continúa...
Finalmente después de mucho andar un grupo de luciérnagas te acompañarán hasta que sientas que poco a poco has reencontrado el camino... a casa.
Finalmente después de mucho andar un grupo de luciérnagas te acompañarán hasta que sientas que poco a poco has reencontrado el camino... a casa.
Bienvenido.
A.
De dentro
"Y le lloraba, en fin,
con esa profunda pena que brota espontáneamente
de los corazones generosos,
aun cuando se muestren duros como el acero".
(Emily Brontë)
Desde que recuerdo, entender las emociones y los eventos existenciales han sido parte de mi vida.
El amor mismo, su decadencia, su deterioro, su desgaste. A veces pienso que no podría ser de otra manera, si a este lo conforman dos seres cuyos cuerpos son caprichosa e inevitablemente degenerativos.
No.
Hay una lógica para todo, y aplicarla nos allana el camino.
Sin embargo, los misterios de nuestra existencia se escapan a esa lógica.
O es que quizá simplemente yo no la encuentro.
Una vez mi madre me dijo que la sabiduría no sólo venía de los libros, y yo insolente como hasta ahora, me burlé de dicha aseveración tildando a mi madre de loca.
¡Qué tonta fui y qué tonta soy ahora!
Mi abuela era experta en leer el cielo, sabía que las nubes rosadas en los días fríos nos anticipaban una buena nevada. Los diversos colores y la forma de las nubes le daban el reporte metereologico más exacto que yo haya conocido.
También sabía de las personas, de las almas, de sus alegrías y sus congojas.
Era experta en las miradas, bastaba con vernos a los ojos para saber si le estábamos mintiendo.
Decía que mis ojos eran soplones, que con verlos confirmaba lo que ya venía presintiendo.
Muchas veces me quedaba dormida con mi cabeza apoyada en sus piernas mientras sus manos huesudas acariciaban mi cabello. Entonces entre sueños le escuchaba decir: ay mija, ésta forma de sentir tan tuya no es buena.
Ella quizá no lo sabía, pero sus palabras serían para mi una sentencia de vida.
Recuerdo una tarde de verano en la que mis tíos planeaban cavar un pozo y se debatían cuál sería el mejor lugar para encontrar agua, yo era aún una niña pero lo que mi abuela hizo ese día para mí fue magia pura. Mi abuela, dejó de limpiar flores de calabaza, lavó sus manos y mientras se las secaba en su delantal salió de la cocina y gritó que le llevaran una vara. Caminó con ella mientras la apoyaba en la tierra, lo hizo por varios minutos y al final dijo que cavaran, que ahí había “una vena de agua”. Metros después brotaba un chorro hermoso.
A una prima le dijo que estaba embarazada tan solo con ver sus ojos, mucho antes de que su abdomen se abultara y antes de que siquiera ella lo sospechara. Adivinaba el sexo del bebé con ver la forma de la panza.
Y si sopesaba la barriga les adivinaba el tiempo de gestación y si el parto sería sin problemas. Sin embargo leer y escribir le costaba hacerlo, lo hacía muy despacio y no se diga si se trataba de firmar un documento. Recuerdo la cara de frustración de quienes esperaban porque ella se tomaba su tiempo.
Pero mi abuela era amiga de la tierra, y del agua. El cielo le decía sus secretos y le gustaba el chismorreo de las panzas.
Sus frases eran espontáneas, lo mismo me decía que al día siguiente haría viento que, ese muchacho está enamorado de ti por su cara de pendejo.
Su sabiduría era inagotable y a lo Sancho Panza, envuelta siempre en el cucurucho de un refrán.
Yo creía que mi abuela sabía tantas cosas por sus eternas charlas con Dios.
Cuanta razón tenía mi madre al decir que las cosas de la vida no estaban en los libros. Y que hay un lenguaje que solo los más sensibles y genuinos pueden entenderlo. Porque el cielo, la tierra, el agua, las miradas, las entrañas y hasta a los enamorados solo pueden descifrarlos aquellos que aprenden de la vida agudizando los sentidos.
La verdadera inteligencia habita en el corazón, hoy lo sé.
A.
Dolamas
Quizás es el peso y la tensión de los últimos días ó un descuido en la postura al tumbarme en la cama. Tal vez sea el peso de las bolsas del supermercado, no sé.
Quizás es la edad, pero camino como si hubiera envejecido diez años en una semana y ahora tengo forma de "r".
He mirado el dolor físico con cierta curiosidad desde siempre, y tengo la certeza que dentro de su ya muy mala fama, el dolor tiene el poder de sensibilizarnos. Tristemente es cuando el dolor nos parte por la mitad, cuando abrimos los ojos y despierta nuestra humanidad. La capacidad de conmovernos por el sufrimiento ajeno, la habilidad de imaginarnos cómo siente el otro, la sensibilidad de tolerar y no juzgar.
El dolor se comunica, habla con frases largas e imágenes sostenidas enfatizando la urgencia y las luces rojas de que algo no está bien, sin olvidar la ternura con que nos muestra que el control es solamente una ilusión.
Cuando hay dolor, hay dolor, lo demás son solo modos de darle la vuelta hasta que vuelve a doler, hasta volver a la súplica: ayuda, algo, alguien.
Hasta hace poco pensé que sabía algo de lo que es que duela por dentro. Pero ahí dentro no hay parámetros, ni un cartel donde se nos pida indicar nuestro dolor del 1 al 10.
Justamente anoche mientras arropaba a mi hija en su cama, no pude disimular que no podía más con la espalda. Terminé de desearle dulces sueños y entre dientes hilaba todas las groserías que me sé y que mi abuela intentó inútilmente desterrar de mi vocabulario, para caminar jurándome que hoy iría al médico.
A punto de salir de la habitación escuché a mi hija preguntar:
— Mami, y si vuelves a enfermar quién cuidará de nosotros.
Hemos conversado acerca de ello infinidad de veces a lo largo de los últimos dos años y, por un momento me extrañó la pregunta. Un dolor me recorrió desde la cintura hasta la espalda sin olvidarse de tocar al corazón, el marco de la puerta me sostuvo un poco. Retrocedí para verla, sus ojos preguntaban si la había escuchado.
Sí hija, claro que te escuché. Y tú has puesto atención las veces que hemos hablado sobre ello.
Ninguna de las dos, a estas alturas tenemos certeza alguna.
Ayuda, algo, alguien.
Todo fuera como explicar a una niña que por ley de vida su madre estará con ella. Sonrió y se acomodó en la comodidad de su almohada, sabiendo qué hacer si el evento se repite. Me fui a mi cama, ahora el dolor se había convertido en reversible, el mañana se hizo hoy.
Cuánto, cuánto, cuánto puede doler el dolor ajeno.
Desde mi posible nervio inflamado no dejo de pensar en mi hija. Necesito medicamentos para el dolor, los necesarios para moverme con libertad, pero no quiero ninguno para el corazón ni para estas ganas inmensas de llorar. Porque el dolor detrás de sus palabras se coló; contundente, preciso, tajante, hasta cuestionarme el hacia dónde voy.
Cuando hay dolor, solo hay dolor pero también esa oportunidad de conexión que involucra a las personas de forma indeleble y desafía esa ley natural que rige la propia vida y da la fuerza para resistir un poco más y... hasta más.
Hay preguntas que, incluso, resignifican el sentido de la vida y te devuelven la vitalidad, hace que se olviden los dolores físicos y las frivolidades.
Claro que te escuché, hija. No tienes idea de qué tan profundo.
A.
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