De cerca, de lejos






- Hija, pero estás segura que es eso lo que le quieres pedir a los Reyes.
Yo no creo que sea tan buena idea. Un telescopio es además de caro algo difícil de manipular y sobre todo de considerable tamaño para el espacio de tu habitación.
¿Por qué mejor no les pides otra cosa?
- Pero mami, yo ya sé todas esas cosas, por eso se los pido a los Reyes magos, para que tú no gastes, y como mi habitación es pequeña solo estoy pidiendo una cosa.

Supongo que los Reyes magos, por eso son magos. Y ante semejante argumento creo que el seis de enero junto a los demás juguetes aparecerá un telescopio más o menos decente.

...

¿Pero no es demasiado para una niña de seis años?, preguntaba mi mamá a papá cuando a esa edad yo quería un microscopio y mi padre consideraba comprarme uno que no fuese de juguete.

Mi padre no sabe decir que no, así que supongo que ante la insistencia de mi madre, optaron por comprarme un microscopio marca Mi Alegría con lente de plástico, con tal de salirme al paso. 
Tengo que decir que el microscopio fue una de esas tantas decepciones que me ha dado la vida, porque con el no veía más allá de lo que podía ver con la lupa de mi abuela y con la que podía pasar horas sumergiéndome en ese basto mundo de las cosas diminutas. 
Quizá por eso mi fascinación por las cosas pequeñas y mi tendencia de alejarme de aquellas que por su magnitud me son difícil manejarlas.

Debo confesar que la idea de un telescopio me ha seducido sobremanera. Así que me he dado a la tarea de investigar precios y marcas y me he propuesto aprender a utilizarlo si es que quiero que la inversión sea exitosa y por lo menos logremos ver la luna. Sólo espero no pasar el día de Reyes ajustando perillas y cremalleras. Aunque si logramos ver algo distinguible de la bóveda celeste, ya habrá valido la pena.

Y tal vez, solo tal vez, me convenzo que la distancia como muchas otras cosas en esta vida, son relativas.


A.


De tormentas



Han pasado varios días desde que me acuartelé en mis emociones, casi un mes desde que el miedo atroz se instaló en mis tobillos. Apenas cuatro semanas de la incertidumbre aquella que se metió con violencia entre mi pecho y espalda. Incertidumbre larga y persistente que me torturó por horas, días, semanas. Incertidumbre que fue seguida por un profundo y desolador silencio. Dicen que en 21 días cualquier cosa que hagas se convierte en costumbre, en hábito, en una parte de ti. 

Sin duda alguna veintiún días son demasiados para mi.
Creo que es importante decirlo, para mi necesario es escribirlo, esto me pasó, me pasó a mi. No fue a una conocida, ni a la amiga de mi amiga, ni a alguien al otro lado del mundo, me pasó a mi y el mundo se derrumbó a mis pies.
No voy a justificar mi desgracia, no voy a minimizar mi tragedia, no voy a renunciar a ese profundo duelo al que tengo derecho a sentir. Porque no hay dolor pequeño, porque no hay temor absurdo, y la única manera que tengo de enfrentarlo es aceptándolo primero. Al igual que para sobrepasar los temores hay que nombrarlos por nombre y apellido, hacer inventario de lo sentido, permitirse llorarlo, y entonces sólo entonces empezar de cero.

Mi nombre es Alejandra, y estoy cansada de vivir al filo del abismo, estoy harta de no tener la fiel certeza de un mañana. Me siento derrotada, deshilvanada por más que entrevero los sueños y el recuerdo del espanto. Me siento avergonzada porque no puedo asimilar algo tan crucial. Me siento rota y culpable de mi propia fragilidad. Me siento drenada pero no lo suficiente para dejar de llorar. Porque lloro por todo y nada, porque confundo el optimismo con la cobarde negación, lloro porque soy tan irresponsable que niego mis pérdidas, lloro de rabia porque ignorar lo que me pasa es una forma de perpetuarlo, lloro porque no tengo el valor de gritar que estar bien y estar viva no es lo mismo, lloro porque mi buena cara es una dosis cotidiana, un deber cumplido.

Y me siento egoísta, profundamente egoísta cuando un segundo después escucho la risa de mis pequeñas y entonces revive el día porque me invaden con su cauda de preguntas, y me dicen ríete mami que a ti te gustan las estrellas. Entonces me pongo alas, me hago ligera, me vuelvo libre. Y quisiera pasar la tarde cantándoles, que nada me perturbe, mucho menos la idea que llegará la inevitable medianoche y como ya es su costumbre mi mundo lo hará suyo, moviéndolo a su antojo como un caleidoscopio y dejándolo en el orden que ella quiere. 
Ya no me siento tan joven cuando lo hace, que de tanto ir hacia atrás no vivo las horas, ni sé cuando oscurece, solo sé que el coco existe y que el hay días que el lobo viene y me devora de verdad.

Llevo un mes diciéndome que todo va a estar bien, 21 días feliz porque cuando creí que un intenso dolor me acabaría, supe que era solo una crisis más que dejó tras de sí el espanto. 20 días orando aunque ya no coma curas porque me empacho. 19 que dejé la religión de las culpas, las indulgencias sin causa, y los crucifijos a los que les tenía pavor desde niña. 

Tampoco creo que hay más allá, aunque  sea Jesús el que me lo diga, ni en que hay cielo e infierno para premiar a los buenos y castigar a los malvados. Ojalá fuera así, pero yo ya no creo ese cuento.
Me quedan más cerca mis palabras que los versículos y los salmos. 18 días inhalando y exhalando, 17 convenciéndome que nada me salvará de la fatalidad, del riesgo, del futuro en el que no he de estar. 16 repitiéndome que la vida algo ve en mi, y que yo sé lo agradezco como lo generosa que es. Y entonces visito al otro Jesús, y me porto cuál debe ser, mientras le digo bajito que yo ya no creo en él aunque comulgue y todo, y llore cuando escucho el Aleluya, entonces vienen a mi mente mis papás y les pido perdón aun más bajito por no creer ya en aquello que con tanto amor me enseñaron. 15 días hablándole a ese Dios caprichoso y esquivo, el que alimenta y alumbra pero también devasta y destruye, el Dios azar o al que los más osados llamamos universo o pródiga naturaleza. 14 días jugando dominó, 13 platicando con mis fieles difuntos, 12 días intentando escribir, muchos más queriendo gritar.
10 días enhebrando motivos pequeñitos y profundos para sonreír, 9 para descubrir que no caí, que solo nadé río abajo, 8 debatiendo con Newton y Einstein que ni absoluta ni relativa, la distancia solo es olvido. 7,6,5,4 durmiendo sin la promesa del príncipe que me despierte, 3 buscando la belleza por si un día se aparece, 2 días que me permito pasar de la risa al llanto sin cuestionarme, 1 día con la promesa diaria de escribir, hablar, o tocar a alguien querido.

Cada quien su dolor, cada quien su miedo, cada quien sus razones o sus excusas. Cada cual su tristeza o su dicha, cada quien su Dios.
 Arbitrario y salvaje, misericordioso y heroico, o el Dios que no existe... nos bendiga.


A.

Refugio






¡Por qué me visitas hasta ahora! Me tienes abandonada. ¿Dónde te metes durante el día?
Espérate y espérate y tú nada que llegas. ¿A dónde te fuiste?

Cómo es ese lugar a donde te desapareces cuando te pones a pensar en cosas. Se me figura que es muy lejos, que no hay quien te conozca y ni quien se atreva a interrumpir tus pensamientos.
Y está bien, así es como naciste, tú siempre en el desapego. Has notado que cuando te hablan por mucho tiempo, te ausentas en tus pensamientos y dejas a la gente hablando sola, y que cuando contestas es bien poquito, ay mija, pero yo ya ni te lo tengo en cuenta, y ni sufro ni me acongojo. Porque sé que vuelves, siempre vuelves. Por eso todos los días riego los geranios que están el patio y barro la banqueta hasta dejarla bien limpiecita y oliendo a tierra mojada como a ti te gusta, o te gustaba... Ya ni sé, mija.

De tanto soñarte, ya hasta te hice ojo. ¿No te ha dolido la cabeza? Recuerdo que de niña te daban esas migrañas malditas que nadie conseguía mitigar, hasta que vomitabas. Y es que eras tan bonita, que yo más bien pienso que la gente de tanto mirarte te hacían mal de ojo. Ve tu a saber, el poder que tienen algunas miradas.

Cuando limpio el huerto siempre dejo algunas hojas secas para que las pises y crujan como cuando te tronabas los deditos. Limpio el huerto cada semana, quiero que lo veas bien chulo, que lo encuentres sin la basura que los árboles dejan cuando se han cansado de dar frutos. A veces lo hago de noche, pero no me gusta porque el perro del vecino ladra tanto que me aturde los oídos. Perro escandaloso, yo ni caso le hago, y sigo barriendo.

Algún día has de volver, pequeña. Ya nadie te dirá así, y aunque ya seas una señora hecha y derecha, para mi siempre serás mi pequeña. Y cuando vengas, se va a poner buena la cosa.
Si vieras como preguntan tus primos por ti, cada que nos vemos en algún velorio, no falta quién de la familia pregunte por ti. Yo les digo que vendrás pronto, aunque sólo Dios sabe hasta cuando te vuelva a ver. Siempre que vienes traes la cabeza alborotada con un montón de cosas por hacer. Ay mija, a veces creo que yo te hice mucho daño al decirte de niña que tu podías hacer todo lo que te propusieras. Que habías nacido con estrella, quizás si me hubiera quedado calladita hoy te tendríamos más cerca, y no estarías tan huérfana por allá y toda estrellada.

Siempre que vienes es como si fueras una persona nueva. Y como sé que traes bien prendido eso de que tu vida es tuya, y lo tuyo nadie puede quitarte. Yo mejor ya ni te digo nada.
Eso sí mija, por muy chulo que esté allá donde tu vives, ésta es y será siempre tu casa, tu casa del alma. Está muy bien que te vayas y que le busques, en esta vida, cada cual debe ocuparse de lo suyo, de sus fantasmas, de sus impulsos. Nada más no te alborotes con un guero de esos que tanto te gustan porque entonces si ya la amolamos, y ni digas nada que no, que yo ya sé cuál es tu pata de palo.
Aquí siempre estarás a buen resguardo, mija. Esta es y será siempre tu casa, para ti no hay horas de llegar. Serás siempre bienvenida, como la primera vez que volviste al mes de recién casada.


Has de volver, porque tú siempre vuelves.

Y yo no le hecho llave a la puerta de atrás.



A.


Él







Dice que sabe de demonios, de noches infinitas, de abismos que nunca cesan, de huecos que nunca cierran, de habitaciones diminutas, de corazones ajironados, de remiendos, de mundos donde no existe la orfandad, de submarinos y de aviones, de pentagramas silvestres, de claves de luna, de exorcizar intrigas, de lamer heridas, del plumaje de mis tobillos, del reverso de mi piel.

Dice que sabe de lágrimas, de las pequeñas, las intensas, las inmensas, de las mías. Qué sabe de vuelos sin escalas, de momentos fermentados con miradas, del olor a tierra mojada, a hierba sesgada, del sol sostenido, de suspiros remendados, de la costura de mis labios.

Dice que sabe del fotograma que la vida le ha hecho a mi pecho, del ritmo de mis latidos, del tamaño de mis miedos y de esos que sin pertenecerme hago míos.

Me repito que no son maneras, ni son horas, que es mal momento, que no lo conozco, y además no es mi tipo. Pero...

Él es hora exacta, momento ideal, el de siempre, él no es por mi... sino conmigo.
Y yo soy toda, siempre, entera, yo.


A.




De barro







Fui hecha
de morivivíes
de cabellos rizos en penumbra
de humedades constantes
de brújula con Alzheimer

Fui hecha
de manos pequeñas 
hambrientas
de pies descalzos 
de veredas sedientas
de tropiezos y grietas

Me hicieron con hambre
de piel con gula
de caderas inquietas
de alma insatisfecha
de vientre ansioso
de necesidad con culpa

Me hicieron pobre
incierta
caprichosa
Me formaron con grietas
con fugas
de carne trémula
patéticamente celosa

Fui hecha 
de cuerpo
frágil
de labios grandes
de secano y aciago 
de ojos soplones
sin molde, a mano

De cuerpo disperso 
huérfano
agobiado y sin rumbo
escuálido y menudo
Como anillo al dedo
en la circunferencia
de tus brazos.


A.



Diecinueve de septiembre



"Paras para descansar un momento y llegan personas para darte agua y comida... cuando los miras a los ojos, ves que también te quieren dar el alma"





Es terrible, escuché decir a mi madre. Y aunque sé que el tiempo y la distancia pueden ayudar a cerrar las heridas, estoy convencida que nunca realmente sanan. Y a veces, algo sacude esos tiempos y esas distancias y la herida se vuelve a abrir.
Esta herida se reabrió un poco cuando las noticias comenzaron a llegar. Los recuerdos golpearon justo en el pecho.

Afortunadamente todos los míos están bien, pero mucha gente murió, muchos edificios se desplomaron, muchas rostros deformados por la angustia y el dolor.  Puedo imaginar de nuevo las noches eternas, noches en las que duele hasta respirar.

No tengo suficiente fe como para entender que dos sismos tan destructivos hayan ocurrido en el mismo día, con 32 años de diferencia. Quizá de a poco a esta terrible coincidencia le inventemos alguna mitología al respecto, pero por el momento solo sé que mi país convulsiona, que nuestra tierra grita, que nuestro planeta protesta. Sismos, huracanes, incendios, tragedias. Y yo a pesar de estar en tierra firme, siento que no tengo de donde asirme.

Me recuerdo en la habitación que compartía con mis hermanas. Me recuerdo asustada mirando ese cielo oscuro de aquella primera noche, impactada, callada, tratando de entender.

La tarde de este 19 de septiembre, sentí esa misma desazón, ese bullir interno que las palabras no pueden expresar. Aferrada al teléfono en espera de algún mensaje que me dijera que todos estaban bien.

No sé decir cómo se siente estar en la Ciudad de México, solo sus habitantes, tienen esa palabra.
Pero he visto voluntarios que han estado ahí por largas horas, que no han dormido y que practican la solidaridad en todo su significado.

He visto gente sosteniendo hasta el cansancio cables de los extremos... desde el dolor y la angustia. He visto gente escarbar con sus propias manos entre hierro retorcido y concreto. He visto gente desplomarse de tristeza y desesperación. He visto ropa esparcida por las calles, restos de muebles o de alguna habitación. También vi juguetes y la triste certeza de imaginar a un niño sepultado.

Así me siento. Y hablo justamente desde la impotencia de estar en otro lugar que no es la Ciudad de México removiendo escombros o clasificando víveres. De esa furia de animal en encierro.
La distancia no ayuda, el dolor es el mismo. Al contrario la impotencia de no estar es infinita.
Sé de gente que no se rinde, de multitudes que no saben que hacer pero con la enorme voluntad de hacer algo. Sé de hombres que no dudaron en quitarse las camisetas para ponerse a cargar escombros. Meseros y meseras de los restaurantes cercanos corrieron a ayudar. Personas con o sin cubrebocas conseguían botes, cubos, carritos de supermercado cualquier cosa que sirviera para acarrear.

Sé de cables enmarañados y árboles caidos, de una chica que se hincó sobre las ruinas y comenzó a excavar con las manos como por instinto animal. De gente que iba de un lado a otro, enloquecida. A pie, en bicicleta, en moto, en auto. De gente que se llevaba las manos a la boca o a la cabeza. Sirenas, helicópteros, pedazos de fachada o de balcón.
Sé de eso y otras muchas cosas, pero no sirve de nada. México es un lugar en el corazón, no sólo en el mundo. Si tiembla, todos temblamos. Hombres y mujeres haciendo cadenas interminables o donde quiera que estemos, ayudamos a reconstruirlo. Todas las veces y las que hagan falta.

Sé de gente que quisiera llorar cantando, como dice el Cielito Lindo, pero callamos  porque el puño de los rescatistas está cerrado y está en alto.




















A.



¡Qué lejos estoy del pueblo donde he nacido!







Es verdad que que son muchos los acontecimientos que retan a el ánimo y a la esperanza, muchos los sin sabores, muchas las desgracias, muchas las tristezas.
También es cierto que no soy de enarbolar banderas, ni de patriotismos estúpidos que no van más allá de palabras huecas.

Pero hoy te busco con aquella desesperación con la que busco las llaves de casa por la noche en el bolsillo de mis vaqueros. Y con ese mismo sobresalto instantáneo de imaginar la posibilidad de quedarme fuera a merced de la oscuridad de la noche.

Sé de antemano que de ti ya no estoy dentro, y así me quedaré hasta que el caprichoso destino, decida abrirme la puerta y me deje pasar.
Y es que yo soy como aquel que atan a un árbol, después que lo sueltan, la soga ya es la de menos.

Soy como esas plantas que se tragan su propia tierra, que les queda pequeño el espacio (no importa el tamaño) y que inevitablemente se secan, la secan.

Las llaves de casa siempre aparecen tarde que temprano, sin embargo de eso que hoy busco, quizá ya nada queda.

Partí hace mucho y con un pañuelo en la cabeza me uní a los gitanos, me volví nómada, vagabunda, fugitiva.

Ese lugar como yo lo conocía, ya no existe, ya no hay calle que lo incluya, ni mapa personal que lo contemple.

Físicamente no tengo a donde regresar, ni un lugar para recordarme. Las mudanzas diluyen de a poco los detalles, las pequeñas cosas y las aparentemente menos importantes.
Buscar sin respuesta te deja extenuada, adolorida y me atrevería a decir que incluso te hace sentir derrotada.

Pero vuelvo a buscar en el bolsillo ó en mi bolso de mano, incluso tocándome el pecho, el trasero ó los costados, con ese gesto tan familiar que te da la esperanza de saber que has de encontrar algo que te sea útil,  y me doy cuenta que no necesito buscar nada más, que sólo debo ser y estar, que nada ha cambiado.
Que lo que creo perdido sólo está guardado, que el sol es el mismo, que el cielo no se ha desteñido. Que las calles no crecieron, que es solo que la pausas en las vivencias les cambiaron el tamaño.

Hablo de mi tierra y de ese pedazo de cielo que por derecho ancestral he heredado. Todo está como lo dejé, nadie lo ha profanado. Sólo debo recordar que está conmigo, que siempre ha estado y que no hay desastre natural, crisis social, mal gobierno  o recuerdo amargo, que me cierre la puerta, que me pierda la llave o me quite estas ganas de regresar a ese lugar que tanto amo.


A.





De Mujeres...






Cuando vi su carita de niña raramuri terminé hecha mantequilla derretida con esencia de anís estrella. Por esa sola imagen descubrí a la mujer que expresaba con palabras hermosas lo sencillo de la vida.
"¡Ay, Alex!", me dijo un día. Desde entonces supe que mi nombre podría sonar diferente, familiar. Mi nombre, desde entonces no suena nunca como suena en la boca de Sara. Debo confesar que me recuerda mucho a la mayor de mis hermanas. Y no por la edad, sino por la ternura con que me habla. Si, a aquella hermana que un día de septiembre me dijo: "Ay hermanita, el sol en México ya no sale más, desde que tú no estás aquí".
Dime algo preciosa niña raramuri, cómo es que logras amarrarnos con palabras como si de cadenas (hermosas contradictoriamente) se tratara. 


A ella es fácil desearle que sea feliz, porque la felicidad por muy trillado que parezca, la lleva Lili a donde quiera que va. Yo y todos los que la leemos somos afortunados porque es nuestro pedacito de sol. Ella le llama a su casa la antesala del infierno y yo comulgo con ella, porque es tal el calor que se desprende de su ser, que por lo menos a mi, me deslumbra, me encandila y me abraz(s)a. Cuando la leí por primera vez, fueron fanfarrias para mis ojos. Coincidimos y desde entonces hemos trenzado de a poco el cordón de la continuidad. Y así con la misma ilusión con la que a los seis años salía a jugar con mis amigas al patio de  recreo, o con esa complicidad de los quince cuando en clase pasábamos papelitos en secreto, me emociona estar con ella. Es un torbellino, pero a mi corazón le da esa caricia serena que cubre de verde lo que antes era tierra infértil y agrietada.

Gracias por mi sol.



A María Shhh (como alguien maravilloso y que hecho de menos, bautizó) le agradezco me diera la oportunidad de conocerle. Siempre he dicho que la vida de alguna manera compensa y sin duda es ella una de esas maneras.

Quizá no sea ella consciente, pero sus palabras llegaron a mi como agua de mayo. No se parecía a nadie que me rodeara, y a pesar de la distancia yo puedo sentirle cerca. De ella admiro su delicado tacto, yo que tan inoportuna y tosca puedo llegar a ser, tuve la fortuna de ser mirada por ella. Se instaló ahí, cerquita de mi, a un lado de esas cajas de las que siempre me hago rodear y en las que se les puede leer un rótulo negro que dice: "cuidado con mi fragilidad".
Como la mayoría, ambas sabemos de lo injusta y dura que puede ser la vida. Y con palabras nos hemos acicalado las tristezas. Pero también sabemos que la vida puede ser pródiga y además muy sabia. Y sé que si un día la misma nos da la oportunidad de estar frente a frente, nos veremos las cicatrices, pero lo haremos con orgullo. Mi querida María, deseo para ti que la vida sea tu mejor amante, que siempre te regale flores, que te toque el pelo hasta que duermas, que te despierte cada mañana a besos, que te pinte los labios de rojo y te lleve a pasear. Qué complazca tus caprichos, que te cante la canción que más te guste y que nunca te deje de mirar con ternura, porque te mereces la magia del amor y mucho más.
Gracias por estar ahí, a pesar de no estar yo.



Siempre he admirado a los seres libres, y si es mujer, mucho más. Les admiro su libertad, su forma de desafiar a la vida, admiro sus protestas, admiro sus palabras, su estilo y sobre todo su forma de pelear. Eso y mucho más admiro de Maman

Yo no soy una mujer libre, pero sé reconocer cuando una mujer lo es, y soberbia como soy, muchas veces mi pobre espíritu no puede más que sentir celos. Con ella me pasó. Y quizá no sea justificación, pero mis absurdos celos no son más que la confirmación de que ella es una mujer muy especial. Una mujer que no sólo sigue su camino, sino que con su ejemplo me invita a seguir el mío y a desafiar los momentos torcidos. Que me alienta a amar mi cuerpo, a sus huellas, a sus límites y a sus excesos. Que es ejemplo de lucha y equilibrio, que se desprende solemne de lo no importante, que pelea de frente con la vida cuando ésta la ataca.
En su casa tiene (ó tenía, no sé) una imagen que dice: "¿Qué harías si no tuvieras miedo?" 
Yo respondo esa pregunta en silencio y sólo para mi... quisiera ser como ella.

Mi querida Maman, sé que estás viajando y me alegra que tengas la oportunidad de conocer parte del mundo, pero sobre todo creo, que el mundo tiene que conocer a Maman.

Mi agradecimiento, Judith.





Con mucho cariño y agradecimiento para ellas.

A.





Sin título







Siempre quise creer que ese día no existió,  que mi pensamiento enfermó e imaginó lo que había sucedido, que quedó flotando y me convirtió en uno de esos animales heridos que hay sobre la faz de la tierra.
Siempre creí que podría soportarlo todo hasta que un día esa niña se perdió y comencé a escuchar muchos ruidos en mi cabeza. Siempre creí que podría, que sostendría los pensamientos negros y terminaría convirtiéndome en un sol espléndido y grande con un arcoiris lunar al otro lado del mundo, ó en una mariposa de colores que aletea a mil por hora, ó en un enorme girasol, ó en un arrecife ó en un coral.

Pero no. Era. Como todas. Como casi todas. Era una niña como tantas de cada mil. Era una niña a la que a la fuerza doblaron, era una niña a la que le habían desvelado un mundo por la rendija oxidada de una cruel ventana, que no conocía otra cosa más que el amor de sus padres y hermanos,  que tenía miedo, que aprendió a gritar y a no defenderse, que se fue por el abismo del abuso.

Golpeé mi cabeza repetidas veces contra la pared esperando que se me fuera el alma o la vida. Chocaba mi cabeza y seguía siendo esa niña asustada en un estacionamiento oscuro y frío.

Era yo, y no era yo...

¡Soy una mariposa! ¡Soy una mariposa! A veces no me sobra la fe, ni me falta, a veces despierto llorando por el incansable afán de todo olvidarlo a muerte, de olvidar todo lo que queda atrapado en la cáscara de los sentidos. A veces ni llorar puedo, por más que quiero.

Golpeaba mi cabeza esperando que el recuerdo se rompiera. Con el único afán de  poder comprender una pizca de lo que tanto duele.

¿Cómo vas a amarme después de esto? ¿Cómo se supone que debo amar después de esto?

¿Cómo se supone que los voy a amar después de todo eso?

Y no puedo llorar, por que tengo unas ganas inmensas de no haberlo vivido, de que esa niña no se hubiera perdido aquella tarde, de haber roto esa pared con mi cabeza hueca.

Tengo nostalgia a veces de las caricias de mis parejas, de su amor o de los momentos en que parecía serlo, de cómo hacían para escapar a hurtadillas de la cama, de su manera de mentir, de mil y un cosas tontas, bien tontas y que despiertan mi afán de no revivir el letargo de ese sentimiento que no hubiese querido para mi. De estos pensamientos negros en los que el ácido del tiempo y el no olvido terminan por corroer la piel que contiene lo que en realidad soy.

A veces me veo de niña y me presto mis alas, por que mis alas existen. Por que no estoy sola, por que estoy conmigo. En alguna parte no soy la medusa que convierte en piedra a todo el que la "ama" o al que "ama".

Defiendo mis cosas, defiendo lo mío. Defiendo la tarde en que vi a esa niña mirarme con su carita triste y quise ayudarla y solo pude abandonarla.
Porque que no sabía hacer otra cosa que gritar y odiar mi propio dolor y mi propia soledad en ese espejo que me grita que fui cobarde, que debí gritar, correr o pelear.

Defiendo no ser eso.  ¡NO!  ¡No quiero! Apuesto a querer ser algo, cualquier cosa distinta a lo que he venido siendo. Prefiero mi risa estúpida cuando por las noches me despierto sudando y ansiosa por escapar de esa pesadilla que no es más que un crudo recuerdo.

Espero que mueran en su lenta agonía de soledad. Como todos. Como yo.

Era un niña como tantas de cada mil, en este mundo nos pasa lo mismo a miles por cada hora. Pero no seré la que siga con la cadena de odio y perversidad, ni la que dañe a alguien más. No voy a poner la otra mejilla, no quiero amar de esa manera.

Soy una... como tantas.


A.



Se preguntarán dónde se han ido los posts pasados.

De cuando en cuando, guardo mis palabras para que reposen con las cortinas cerradas. Quizás así renovarán lo que significan, lo que guardan.
Me han dicho que necesitan descansar para que vuelvan con más ganas de ser y estar. Para ser fuertes.

Y yo... hago lo mismo, porque les creo.





Goteo




Cuando perdemos la capacidad de aceptarnos 
y comprendernos los unos a los otros, 
ya hemos perdido la capacidad de amar.








La vida es un susurro infinito de latidos. Si conseguimos escucharla y aislarnos lo suficiente de nosotros mismos, podremos formar parte de su mensaje.

Siempre he creído que todo hombre debe tener un lugar desde el que pueda amar la vida.
Poder cerrar los ojos y sentir cómo, unos latidos destacan sobre los otros. 

Percibirlos.

Dejemos que la vida nos cuente, abramos los oídos, el pecho y la piel. Solo así entenderemos, desde una perspectiva distinta, lo que somos.

Lo que eres.

Lo que soy.

Que todo hombre encuentre su lugar para escuchar la vida

Porque cuando perdemos la capacidad de escuchar, de aceptar y de sentir, ya hemos perdido la capacidad de amar. Y cuando se pierde la capacidad de amar... se pierde el sentido de la existencia misma.



A.



Que acompaña...








Conozco a un hombre que vuela. De entre todas las habilidades, eligió volar.
De entre todos los lugares eligió elevarse, de entre todos los recursos eligió la palabra.
Llegó a la vida con un largo abrazo, de esos que uno busca desesperadamente, de esos que entibian el corazón.

Puedo decir que lo conocí demasiado tarde, aunque la realidad es que lo conocí a tiempo, muy a tiempo. A veces para recuperar el aliento sólo es necesario que la vida nos haga un guiño, que nos mire a los ojos y parpadeé lentamente.

Conozco a un hombre que baila en noches demasiado largas. Que va por la vida como orquesta sinfónica y sin quizá saberlo, es guardián del fuego ceremonial. Yo danzo a su alrededor, descalza, con todos los huesos y todos los corazones. Son sus palabras latidos hilvanados por el aire, caricias que nos recuerdan que seguimos en ese camino con sillas al sol.

Conozco un hombre con el corazón abierto, de esos que almacenan canciones de cuna y que nos arrancan mordazas. Conozco a un hombre con el corazón de plata, que lo mismo da clases de historia o recita trabalenguas. Con el corazón de plata, siempre anclado a la tierra.

Después de verlo, nunca soy la misma. Soy hormiga. Y floto.

Conozco a un hombre que vuela, que baila, que danza, que acaricia, que repara.

Conozco a un hombre que mejora el mundo.

De esos que hacen tanta falta.


Para J.


A




Rebelión





  “Para mi la realidad no solo es lo que respiro, escucho, veo, toco
                         la realidad es también lo que imagino, la realidad es lo que ansío”








Ella ha sido otoño desde el día que nació, aunque haya llegado a esta vida un día de primavera.
Debería tener el alma de flor, o quizá de mariposa, pero no. Ella tiene alma de hoja, de esas que aun penden en el invierno. El otoño sirve para caer, pero ella en éste, se resistirá a hacerlo.
A veces sólo bastaba abrir los brazos como alas y cerrar los ojos antes de lanzarse al vacío y dejar que el viento le cortara el rostro y la piel se le volviera de hielo esperando ansiosa que la caída se hiciera vuelo.
Ella, tan enamorada; ciega como debe estarlo una hoja enamorada, correosa como debe estarlo una hoja enamorada, rota como debe estarlo una hoja enamorada. En un desesperado intento por no caer intentó ser hoja en blanco antes de ser hoja de árbol al viento y por último, ser sólo una hoja seca yaciendo en el suelo.
Y ahí la tienen, clavada en un verso que no vuela, que no acaba, esperando que la vida ceda... ó escuche sus deseos.
Ella no sabía decir adiós, siempre se quedaba quieta mirando como los demás se alejaban, esperaba que tomaran la distancia prudente antes de empezar a llorar porque ella, era una hoja que creía que nadie merecía irse sabiendo que había llorado.
Así llegará el otoño y con él las lunas de octubre que de tan manoseadas por la poesía a veces  prefieren permanecer ocultas entre las nubes.
No ha llovido en este verano, volverá a llover como aquel otoño, y será imposible, por más que lo intente, ser hoja seca entre tanta agua.
Será imposible, por más que lo quiera, no llegar a noviembre completamente mojada.


A.









Salá






En inglés la frase es la siguiente: "no good deed goes unpunished". Qué según yo es algo así como "no hay buena acción que quede sin castigo. lo contrario al karma, vamos. 

Y yo ayer comprobé su infalibilidad. Pues resulta que fui al súper y la señora que pasó antes que yo en la caja olvidó una de las bolsas de su compra que ya había pagado, con un paquete de pechuga de pavo y un trozo de queso parmesano. Pagué y me fui tras ella empujando mi carrito del super. La distinguí a lo lejos descargando sus compras y contemplé en gritarle: "¡Ey, señora del pavo y del parmesano!" Pero mi instinto me dijo que mejor no. Así que aceleré para alcanzarla antes de que se fuera. Iba lo más rápido que podía con mi carro por el piso irregular del estacionamiento, y no vi que había un bache. La parte de adelante de mi carrito cayó en el bache y el maldito rebotó contra mi rodilla dejándome paralizada de dolor por varios minutos. 

¿Resultado? Tengo que sacarme radiografías de varios cientos de dólares porque intuyo que hay algo roto ahí dentro, no puedo hacer casi nada, ni pasear a los perros, ni siquiera caminar decentemente y adivinen qué, ni pude, obviamente, devolver el bendito (no puedo maldecir, porque son alimentos) paquete de jamón de pavo y el queso parmesano. Y claro, en casa a nadie nos gusta ni lo uno, ni lo otro.


A.

Son latidos








Tomarte de la mano y perdernos en mitad de un atardecer.

Volar bajito para que los andantes no se sorprendan.

Hacerlo hacia ningún lugar, hacia una posibilidad sin sentido, hacia un instante sin tiempo, 

hacia la nada y el todo de nuestras alas.

Y estando allí, 

deshacernos, 

desprendernos, 

desnudarnos, 

rompernos en mil pedazos 

y a punta de besos...


reiventarnos,  

rehacernos, 

encuadernarnos, 

crearnos.


A.


Pasa, está abierto...






El corazón se me fue haciendo niño, y es que uno vuelve a donde lo dejan ser.

A veces quisiera domarlo, pero lo imagino riendo y se me pasa.
Ese es mi truco, esa es su magia.

Por las noches corre demasiado, se cree bala, me descubre el pecho y me desgarra el alma.

Entenderlo no sirve como anestesia, y no es que esté de su lado, pero nunca fallo a quién no me ha fallado.

A veces se detiene y me mira con esa indiferencia de quién ha mirado a la muerte a los ojos.

Es incrédulo hasta el tuétano y se ríe cuando le digo que se ha roto en veintidós pedazos.

Cuando me desnudo se burla de mis cicatrices, mientras me pregunta cómo puedo llamarle niño suicida, si yo soy la niña del abismo.

A veces se emociona demasiado, me esfuerzo por no sentirlo, pero me grita que está vivo, y no sólo respirando.

Cansada lo tomo entre mis brazos, lo arrullo y alguna nana le canto, es curioso cómo reacciona ante las caricias, quién ha llorado tanto. 

Y cuando por fin lo creo dormido, da un brinco y me invita a bailar. En silencio, sin relojes ni testigos.

Me toma de la mano y me dice: solo déjate llevar.
Quítate todo, menos lo que sientas.
Lo que guardes para ti, contigo se perderá.


Y yo bailo, bailo mientras recuerdo lo maravilloso que es rendirte a algo...
Ó a alguien.


A.




Hablemos








Háblame de este cansancio infinito,
de mi pequeñez y de mis miedos compartidos.
Hablemos de los versos rotos, de los mil "te necesito".

Hablemos de las palabras, hablemos de la boca;
de aquella donde se dislocan las sonrisas,
hablemos de los días nublados donde no se ven las sombras. De la sonrisa filosa que me desolla las promesas sin premisa.

Te hablaré de mis lirios, háblame de tus rosas,
hablemos del mar que deja de bailar cuando se callan las olas.
Háblame de lo que callas, de lo que guardas dentro.
Te contaré de mi estómago, de sus rebeldes y eternas mariposas.

Háblame de los misterios que en tu lengua fugitiva están cautivos,
de ese triste punto final que vaga solo rozando el precipicio.
Te hablaré de mis versos, de mis fieros encuentros,
de mi espalda baldía y sus puntos suspensivos.

Hablemos de ese sable sensiblero que es el tiempo;
ése que no perdona el letargo abismal,
de la noche pertinaz y su fiel escudero,
de esa otra boca que me supo a mar.

Hablemos de esta soledad que me agobia a diario, 
la del ojival que en el pecho me estalla en tristezas;
de la soledad compartida, de sus oscuridades, 
 y de cómo me cubren sus infértiles malezas.

Hablemos antes de que llegue la otra;
porque sola no sé hablar;
hablemos antes de que me amordacen los celos,
y mi llanto indiscreto te cuente la verdad.

Yo...

Te hablaré de mis heridas, de las más duraderas;
de las más afiladas, las más recientes y las más traicioneras.
Te mostraré la cicatriz que dejaste en mi cuerpo,
la más sangrante y dolorosa, pero eso sí, 
es y siempre será la más bella.


A.





Hay una mujer...








Una vez vi una película que decía que la mayoría de nuestros días pasaban sin pena ni gloria. Mi abuela decía que nunca sabemos cuál será el mejor de nuestros días, que debíamos estar preparadas. Mi madre nos decía a mi y a mis hermanas que siempre debíamos usar ropa interior limpia y bonita porque nunca sabemos cuando podemos tener un accidente. Supongo que mi madre se refería a como cuando mi hermana tuvo una reacción súbita a la anestesia en un consultorio dental y le dió por quitarse la ropa en su intento de poder respirar.
Yo siempre pensaba en otro tipo de accidentes, mi mente siempre se inclinaba por lo sexual. Pero es que, en qué otro tipo de accidente podría nuestra ropa íntima jugar un papel tan importante si no es en lo sexual.
En fin, el caso es que como tengo tendencia a la contradicción, en ocasiones yo decidía no vestir ropa interior. No sé por cuál de mis hermanas se enteraba mi mamá, pero en cuanto llegaba a casa una retahíla de reprendos inundaban mis oídos para rematar con la misma pregunta ó sentencia de siempre.
¿Yo no sé que voy a hacer contigo?

Siempre me pareció extraño que mi madre pusiera atención especial a la ropa interior de sus hijas. Y no por restarle importancia, sino porque mamá siempre fue más madre, esposa, hija, hermana, maestra y amiga que mujer.

Cuando pienso en ella, recuerdo la de veces que me pregunté porqué mi madre relegó a el ser mujer en lo más profundo de sus necesidades. La recuerdo siempre pendiente de nosotros, sus hijos. De nuestras necesidades. De el afán por una casa impecable, de la ropa limpia y perfectamente planchada, pendiente de mi padre, de su empleo, de nuestros estudios, de irse muy tarde a la cama por preparar la clase del día siguiente. Me preguntaba en qué momento se daba permiso de sentir, de gozar.

A mi me asusta llegar a dejar de sentir, me asusta llegar a ser inconmovible, que nada me sacuda, que nada me erice la piel. Me asusta esa capacidad que tenemos las mujeres de acostumbrarnos a verlo todo natural, de ver las cosas derrumbarse y simplemente dejarlas caer.

Me asusta esa forma que tiene la rutina de absorverlo todo, y uno sencillamente se mueva tan sólo cuando sea totalmente inevitable y necesario.

Me asusta llegar a ser como ella, y ahora que lo pienso bien, quizá de ahí nace mi eterna rebelión por no dejar de sentirme amada y deseada. Tal vez de ahí el origen de esta imperiosa necesidad de necesitar más, de insatisfacción continua, de buscar y buscar con la única intención de no dejar de sentir.


Aún ahora me pregunto si mi madre "pecó" alguna vez, si llegó a tener un amante, si tenía orgasmos, si se auto complacía. Quiero creer que si. Que mi percepción de esa mujer que dió todo y se quedó sin nada, está equivocada. 


Cuando tengo oportunidad de estar con ella y pasamos de las conversaciones cotidianas a lo más profundo, me siento tentada de preguntarle. Pero me detengo instantáneamente, y no por miedo a que se escandalice y me riña como cuando era adolescente y se asustaba con mis preguntas y confesiones, no. Mi temor es lastimarla, tocar un tema que la agobie, poner el dedo en una herida que en determinado momento sangró o sigue sangrando.


Espero que esa herida no exista, que se sienta una mujer plena en todo lo que eso conlleva. Que mi inquietud no sea para ella una de esas cosas que se aparecen constantemente en tu vida y que parecen ponerte a prueba una y otra vez. 


Yo, tiemblo y me desmayo cuando veo sangre. Me ha pasado desde siempre, desde pequeña. Yo creo que es la forma que tiene la vida de frenarme, de detener esta capacidad mía de sentirlo todo tan intensamente. 


Hay muchas historias, el recuerdo más vago que tengo es cuando a los seis o siete años me pelé la rodilla por andar en bici y al mirar que mi rodilla sangraba, me desmayé. También recuerdo que me sucedió lo mismo cuando mi hermano se estrelló contra una puerta de cristal mientras conducía una moto que era del novio de mi hermana mayor y que él había tomado a escondidas mientras ellos se daban cariñitos. No sé cómo llegó a casa, pero tenía la cara ensangrentada por los vidrios que se incrustaron en su cara y en parte de su cuerpo, lo cierto es que al abrir la puerta y al verlo así, perdí la conciencia.

Me sucedió otra vez no hace mucho. El auto de enfrente atropelló a un perrito sin detenerse siquiera un instante. Yo no lo dudé y me detuve para por lo menos hacerlo a un lado y evitar que los otros autos terminarán por rematarlo. No recuerdo mucho, sólo sé que logré halarlo un poco hacia la orilla y que enseguida todo me daba vueltas. Desperté en el suelo apoyada en mi auto y con tres desconocidos mirándome fijamente, recuerdo a una señora que insistía en que bebiera agua mientras que yo moría de náuseas.

Ayer fue un día diferente, no de esos que pasan sin pena ni gloria, tampoco de esos felices que mencionaba mi abuela. Más bien de esos accidentados que preveía mi madre.


Estaba en el jardín podando algunos arbustos, cuando a lo lejos vi a mi hija pequeña tratar de ayudar a su hermana, pude ver que la mayor lloraba. Corrí hacia ellas y vi que mi hija tenía una herida en la barbilla y que sangraba profusamente de la boca y nariz. Andaban en bicicleta y al pasar por grava suelta esta derrapó. Como pude las tomé a ambas y las metí al auto. Entre a la casa por las llaves y una toalla para detener el sangrado, mientras le pedía a los ángeles, arcángeles y a toda la corte celestial que no me desmayara.

Conduje por todo el trayecto a la ciudad con el temor de perder la conciencia en cualquier momento. Llegué al hospital y le dije a la recepcionista que mi hija necesitaba un médico. Entonces, me desmayé.

Desperté a un lado de mi hija que ya la estaban atendiendo. La pequeña en una silla con cara de angustia, también me atendían, supongo que como tenía manchas de sangre creyeron que yo también estaba herida y como no tuve tiempo de explicar lo sucedido. Mi hija debido a las lesiones imagino que no pudo o tardó en decirles, y la pequeña que aun siendo una  merolica consumada, intuyo que guardó silencio, tal como lo guardo yo cuando el miedo me amaina.


Hoy todo es diferente, el susto ya pasó. Mi hija con cinco puntos en la barbilla, tres en el labio inferior y el frenillo roto. La pequeña, con unas ansias inmensas de contar con detalles la historia a cualquier persona que se cruce por su camino. Y yo... Yo con dos preguntas:



¿En qué lugar del cuerpo se alberga ese poder oculto y sobrecogedor que nos permite seguir de pie?


¿De dónde se saca el valor para decirle al miedo y a la angustia que tendrán esperar, porque he decidido ser valiente, aunque sea por unos minutos?



A.