Hay una mujer...








Una vez vi una película que decía que la mayoría de nuestros días pasaban sin pena ni gloria. Mi abuela decía que nunca sabemos cuál será el mejor de nuestros días, que debíamos estar preparadas. Mi madre nos decía a mi y a mis hermanas que siempre debíamos usar ropa interior limpia y bonita porque nunca sabemos cuando podemos tener un accidente. Supongo que mi madre se refería a como cuando mi hermana tuvo una reacción súbita a la anestesia en un consultorio dental y le dió por quitarse la ropa en su intento de poder respirar.
Yo siempre pensaba en otro tipo de accidentes, mi mente siempre se inclinaba por lo sexual. Pero es que, en qué otro tipo de accidente podría nuestra ropa íntima jugar un papel tan importante si no es en lo sexual.
En fin, el caso es que como tengo tendencia a la contradicción, en ocasiones yo decidía no vestir ropa interior. No sé por cuál de mis hermanas se enteraba mi mamá, pero en cuanto llegaba a casa una retahíla de reprendos inundaban mis oídos para rematar con la misma pregunta ó sentencia de siempre.
¿Yo no sé que voy a hacer contigo?

Siempre me pareció extraño que mi madre pusiera atención especial a la ropa interior de sus hijas. Y no por restarle importancia, sino porque mamá siempre fue más madre, esposa, hija, hermana, maestra y amiga que mujer.

Cuando pienso en ella, recuerdo la de veces que me pregunté porqué mi madre relegó a el ser mujer en lo más profundo de sus necesidades. La recuerdo siempre pendiente de nosotros, sus hijos. De nuestras necesidades. De el afán por una casa impecable, de la ropa limpia y perfectamente planchada, pendiente de mi padre, de su empleo, de nuestros estudios, de irse muy tarde a la cama por preparar la clase del día siguiente. Me preguntaba en qué momento se daba permiso de sentir, de gozar.

A mi me asusta llegar a dejar de sentir, me asusta llegar a ser inconmovible, que nada me sacuda, que nada me erice la piel. Me asusta esa capacidad que tenemos las mujeres de acostumbrarnos a verlo todo natural, de ver las cosas derrumbarse y simplemente dejarlas caer.

Me asusta esa forma que tiene la rutina de absorverlo todo, y uno sencillamente se mueva tan sólo cuando sea totalmente inevitable y necesario.

Me asusta llegar a ser como ella, y ahora que lo pienso bien, quizá de ahí nace mi eterna rebelión por no dejar de sentirme amada y deseada. Tal vez de ahí el origen de esta imperiosa necesidad de necesitar más, de insatisfacción continua, de buscar y buscar con la única intención de no dejar de sentir.


Aún ahora me pregunto si mi madre "pecó" alguna vez, si llegó a tener un amante, si tenía orgasmos, si se auto complacía. Quiero creer que si. Que mi percepción de esa mujer que dió todo y se quedó sin nada, está equivocada. 


Cuando tengo oportunidad de estar con ella y pasamos de las conversaciones cotidianas a lo más profundo, me siento tentada de preguntarle. Pero me detengo instantáneamente, y no por miedo a que se escandalice y me riña como cuando era adolescente y se asustaba con mis preguntas y confesiones, no. Mi temor es lastimarla, tocar un tema que la agobie, poner el dedo en una herida que en determinado momento sangró o sigue sangrando.


Espero que esa herida no exista, que se sienta una mujer plena en todo lo que eso conlleva. Que mi inquietud no sea para ella una de esas cosas que se aparecen constantemente en tu vida y que parecen ponerte a prueba una y otra vez. 


Yo, tiemblo y me desmayo cuando veo sangre. Me ha pasado desde siempre, desde pequeña. Yo creo que es la forma que tiene la vida de frenarme, de detener esta capacidad mía de sentirlo todo tan intensamente. 


Hay muchas historias, el recuerdo más vago que tengo es cuando a los seis o siete años me pelé la rodilla por andar en bici y al mirar que mi rodilla sangraba, me desmayé. También recuerdo que me sucedió lo mismo cuando mi hermano se estrelló contra una puerta de cristal mientras conducía una moto que era del novio de mi hermana mayor y que él había tomado a escondidas mientras ellos se daban cariñitos. No sé cómo llegó a casa, pero tenía la cara ensangrentada por los vidrios que se incrustaron en su cara y en parte de su cuerpo, lo cierto es que al abrir la puerta y al verlo así, perdí la conciencia.

Me sucedió otra vez no hace mucho. El auto de enfrente atropelló a un perrito sin detenerse siquiera un instante. Yo no lo dudé y me detuve para por lo menos hacerlo a un lado y evitar que los otros autos terminarán por rematarlo. No recuerdo mucho, sólo sé que logré halarlo un poco hacia la orilla y que enseguida todo me daba vueltas. Desperté en el suelo apoyada en mi auto y con tres desconocidos mirándome fijamente, recuerdo a una señora que insistía en que bebiera agua mientras que yo moría de náuseas.

Ayer fue un día diferente, no de esos que pasan sin pena ni gloria, tampoco de esos felices que mencionaba mi abuela. Más bien de esos accidentados que preveía mi madre.


Estaba en el jardín podando algunos arbustos, cuando a lo lejos vi a mi hija pequeña tratar de ayudar a su hermana, pude ver que la mayor lloraba. Corrí hacia ellas y vi que mi hija tenía una herida en la barbilla y que sangraba profusamente de la boca y nariz. Andaban en bicicleta y al pasar por grava suelta esta derrapó. Como pude las tomé a ambas y las metí al auto. Entre a la casa por las llaves y una toalla para detener el sangrado, mientras le pedía a los ángeles, arcángeles y a toda la corte celestial que no me desmayara.

Conduje por todo el trayecto a la ciudad con el temor de perder la conciencia en cualquier momento. Llegué al hospital y le dije a la recepcionista que mi hija necesitaba un médico. Entonces, me desmayé.

Desperté a un lado de mi hija que ya la estaban atendiendo. La pequeña en una silla con cara de angustia, también me atendían, supongo que como tenía manchas de sangre creyeron que yo también estaba herida y como no tuve tiempo de explicar lo sucedido. Mi hija debido a las lesiones imagino que no pudo o tardó en decirles, y la pequeña que aun siendo una  merolica consumada, intuyo que guardó silencio, tal como lo guardo yo cuando el miedo me amaina.


Hoy todo es diferente, el susto ya pasó. Mi hija con cinco puntos en la barbilla, tres en el labio inferior y el frenillo roto. La pequeña, con unas ansias inmensas de contar con detalles la historia a cualquier persona que se cruce por su camino. Y yo... Yo con dos preguntas:



¿En qué lugar del cuerpo se alberga ese poder oculto y sobrecogedor que nos permite seguir de pie?


¿De dónde se saca el valor para decirle al miedo y a la angustia que tendrán esperar, porque he decidido ser valiente, aunque sea por unos minutos?



A.







19 comentarios:

  1. Ay Ale!

    Pues es un sistema de autoprotección que trae uno incluido....y además es inteligente, sabe cuando prenderse solo.

    Lo de la ropa interior a mi también me lo decían...pero yo pensaba precisamente en un accidente de carro y que luego te desvisten como te ha pasado a ti...

    Un abrazo ❤

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    1. Mi querida Lili, creo que yo tengo esa aplicación, jajaja.

      Si, mi mamá se refería justo a esos accidentes que mencionas.
      Pero mi mente se iba como hilo de media y me llevaba a situaciones poco decorosas. :p

      Otro abrazo inmenso para ti

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  2. Coincido con Liliana.
    Hay un instinto de protección, igual que hay uno de supervivencia...
    Y en ti funcionan muy bien.
    Una vez que cumplieron su función se desactivaron y entonces ya pudiste desmayarte.

    Menudo susto para todas!!!

    Besos.

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    1. Toro, ya lo creo. Con mis hijas -como con la mayoría de los niños, supongo- es sobresalto tras sobresalto, mas tarda una en meter un cascabel en su nariz, cuando la otra ya metió un alambre por los orificios del enchufe eléctrico. Siempre digo medio en broma, medio en serio que me gusta contemplarlas mientras duermen, porque es el único momento que me parecen inofensivas.

      Gracias por pasar, un beso.

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  3. Las madres también fueron mujeres, tan apasionadas como todas, aunque los hijos no estuviéramos al tanto de su sexualidad. Miedo a dejar de sentir? eso es imposible, aunque se aparente que no se siente, todos sentimos.
    Un abrazo.

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  4. Por lo pronto, lo tuyo de sensaciones mínimas, nada.
    Las mujeres presentan una capacidad de desprendimiento admirable.

    Es posible que llevando a olvidarse de sus propios placeres, pero con capacidad de no repetir las debilidades de sus anteriores.

    Lo de filetes vuelta y vuelta, mejor no
    Besos

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    1. Jajaja, no. Mejor yo preparo la ensalada.

      Un beso, Óscar.

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  5. ..sin pena ni gloria...es cierto que muchos pasan volando,,pero los otros tenemos que aprovecharlos...un saludo desde Murcia....

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  6. El miedo y la angustia de apoderan de nuestra debilidad, cuando hay que ser fuerte no se acercan. Yo diría que la valentía se nuestra cuando no somos las protagonistas de la historia, cuando el peligro lo están viviendo los que queremos.

    Sois admirables las madres.

    Abrazazo.

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    1. Eso es verdad, cuando se trata de nuestros hijos María, nuestra voluntad puede llegar a ser férreamente.

      Un besito, querida María.

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  7. No sé por qué creo que las madres de antes somos distintas de las de ahora, antes nos protegían más, todo tenía que ser impecable, en cambio ahora pasamos más de esos temas superficiales para profundizar más con los hijos, ayudarlos en sus problemas personales, creo que ahora somos más empáticos con ellos, antes como que tenían más dominio, ahora como que somos más tú a tú, esa es mi apreciación.

    Interesante tu entrada, me ha gustado mucho.

    Besos.

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    1. Creo que en el fondo tenemos similitudes esenciales que no podemos desconocer a pesar de que estoy segura que nos superan en muchas cosas, pero como mujeres -intuyo- se quedaron con las ganas de cumplir más de un deseo, que a veces ni siquiera se habrán animado a sentir... Ahora nos damos un poco más permiso.

      Gracias por tu visita, un beso.

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    2. Las enseñaron a no tocar temas sexuales, en aquellos tiempos para ellas era pecado, y otras cosas más, y ahora somos más abiertas hacia nuestros hijos y esos temas ya no son tabú, ellas no tuvieron la culpa, tan solo fue la educación que recibieron y que en aquella época las cosas eran distintas a las de ahora, también había más respeto hacia los padres, en fin, son etapas distintas, sin dejar de ser madres cada unas a su manera, porque lo más importante, ser madre desde el corazón, y para eso, todas lo somos, las de antes y las de ahora.

      Más besos.

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  8. Cómo estás, A.

    Un gusto estar en tu relato.


    En cuanto a la pregunta... para mí, es el amor.

    El amor expresado en su total magnitud.

    El amor, derribando todos los obstáculos, para llegar donde hay que llegar.

    No quiere decir que al perrito, por ejemplo, no lo amabas. Sí, lo amas. Porque lo retiraste para evitar que otro vehículo lo hiera más.

    Pero, el amor por el hijo... activa un potencial que uno mismo no sabe explicarse.


    Que tengas buena noche, A.

    Un abrazo.

    ��������

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  9. Estoy bien, Iván.
    Gracias por preguntar.

    También agradecida y feliz de verte aquí.
    Y tú un magnífico día.

    Un beso.

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¿Y el tuyo?