Delirios



Frágilmente escucho un susurro, no en mis oídos lo escucho en mi mente. Es un susurro que adivino agoniza, y debilitado como lo percibo, debería no prestarle atención e intentar que muera completamente.
Ha estado ahí por mucho tiempo y sin temor a equivocarme sé que nunca se irá del todo, pero si le pongo atención crecerá nuevamente y yo estaré perdida.

Siempre he intentado entender los más grandes fenómenos emocionales y existenciales desde los míos propios. El amor mismo, su franca decadencia, su inevitable deterioro, porque si el amor está compuesto de dos personas, de dos cuerpos degenerativos, pues entonces deduzco que no podría ser de otra manera.

Para mi comunicar a veces no es tan sencillo, decir algo puede ser muy complicado y otras veces simplemente imposible. Y aunque sé que nada se compara a un diálogo contigo mismo para sentirte reconfortado, el hacerlo conmigo se torna hasta peligroso. En verdad, no es fácil dejar libres mis pensamientos, soltarlos uno a uno, porque casi siempre que lo hago me invade la no muy grata sensación de que debería no haberlo hecho.
Dicen que la sinceridad es algo que a muchos gusta hasta que alguien la practica.
Lo que está en mi cabeza es una maraña de relaciones abstractas, de ideas, de dudas, de sueños y emociones y entenderlos es una labor imposible. No hay forma de decir lo que en verdad siento. Y no es que me falten las palabras para describir lo que ocurre en mi interior, me sobran momentos, pero me faltan oportunidades. Y pierdo gente por no decir te amo a tiempo, pero pierdo a muchas más por decirlo fuera de contexto.

Pero lo hago y gracias a ello sobrevivo, porque hasta el sol de hoy no han habido soluciones químicas, ni naturales, no han habido llantos ni duelos, ni libros ni consejos, ni curas ni amigos, ni estrategias ni recursos que hayan logrado en mí lo que logra el hablarlo.
Algunas veces pareciera que me quejo, que acepto, que asumo, que cierro. Lo cierto es que sólo digiero, lloro, me despido, y finalmente... sano.






A.




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