De necesidad y ...
Que terca está propensión mía de sentirme huérfana. A veces pienso que ya estoy adiestrada a la ausencia, a la distancia.
Porque en mi caso la soledad es fortuita, y a veces hasta necesaria. Porque a veces estar sola es en ocasiones un deseo, en otras más desafortunadas, sólo una consecuencia, mi consecuencia.
Sentirme a la intemperie no es algo que yo elija, y frecuentemente pienso en las personas que se levantan con alegría, en aquellas que ponen a andar el corazón, risueñas, y que todo les parece dulce, y todo es amable y pagan sus deudas a tiempo y de su boca nunca sale una queja.
Hace mucho que yo había bajado la guardia intentando ser una de ellas, hacía caso omiso a mis ecos como muros en la casa de nadie, con siesta de gato en los rincones, cantando nanas a mi ansiedad convenciéndola de dejar de lado la tendencia tan mía de nadar contra corriente.
Pero por alguna razón siento que me estoy traicionando, que me he mudado a la derecha, que me he instalado en el lado que menos me convence, que menos me apela, que menos me conmueve.
Y hoy sin poder evitarlo terminé desbordándome, hoy asumí mi fracaso. Un reencuentro con un ex compañero de trabajo terminó por demostrarlo. Escuchar mis propias palabras de sus labios fue un golpe bajo. Reconocí que ante la vida me he ido laxando, que he dejado mi rigidez de lado, que he cedido, que me he vendido y lo peor de todo, que me estoy conformando...
Pero soy intransigente conmigo, las excusas y las justificaciones no son aceptables para mí. Sólo es cuestión de volver a empezar y recuperarme, recuperarme una vez más.
A.
Delirios
Frágilmente escucho un susurro, no en mis oídos lo escucho en mi mente. Es un susurro que adivino agoniza, y debilitado como lo percibo, debería no prestarle atención e intentar que muera completamente.
Ha estado ahí por mucho tiempo y sin temor a equivocarme sé que nunca se irá del todo, pero si le pongo atención crecerá nuevamente y yo estaré perdida.
Siempre he intentado entender los más grandes fenómenos emocionales y existenciales desde los míos propios. El amor mismo, su franca decadencia, su inevitable deterioro, porque si el amor está compuesto de dos personas, de dos cuerpos degenerativos, pues entonces deduzco que no podría ser de otra manera.
Para mi comunicar a veces no es tan sencillo, decir algo puede ser muy complicado y otras veces simplemente imposible. Y aunque sé que nada se compara a un diálogo contigo mismo para sentirte reconfortado, el hacerlo conmigo se torna hasta peligroso. En verdad, no es fácil dejar libres mis pensamientos, soltarlos uno a uno, porque casi siempre que lo hago me invade la no muy grata sensación de que debería no haberlo hecho.
Dicen que la sinceridad es algo que a muchos gusta hasta que alguien la practica.
Lo que está en mi cabeza es una maraña de relaciones abstractas, de ideas, de dudas, de sueños y emociones y entenderlos es una labor imposible. No hay forma de decir lo que en verdad siento. Y no es que me falten las palabras para describir lo que ocurre en mi interior, me sobran momentos, pero me faltan oportunidades. Y pierdo gente por no decir te amo a tiempo, pero pierdo a muchas más por decirlo fuera de contexto.
Pero lo hago y gracias a ello sobrevivo, porque hasta el sol de hoy no han habido soluciones químicas, ni naturales, no han habido llantos ni duelos, ni libros ni consejos, ni curas ni amigos, ni estrategias ni recursos que hayan logrado en mí lo que logra el hablarlo.
Algunas veces pareciera que me quejo, que acepto, que asumo, que cierro. Lo cierto es que sólo digiero, lloro, me despido, y finalmente... sano.
A.
Remiendos
Sí, yo sé que decir los pensamientos en voz alta es un riesgo. Pero también sé que nada cambiará mientras el silencio viva al amparo de su indiferencia o de su cobardía.
Están aquí, a mi lado. Y darles la espalda es sólo maquillar con algún triunfo a la cordura.
Están aquí, nunca se han ido.
A veces, censurar al corazón es desenfocar los sentimientos. Guardarlos en un dobladillo
anónimo de la vida y descoserles el miedo... a menos que sea necesario.
A.
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