El corazón se me fue haciendo niño, y es que uno vuelve a donde lo dejan ser.
A veces quisiera domarlo, pero lo imagino riendo y se me pasa.
Ese es mi truco, esa es su magia.
Por las noches corre demasiado, se cree bala, me descubre el pecho y me desgarra el alma.
Entenderlo no sirve como anestesia, y no es que esté de su lado, pero nunca fallo a quién no me ha fallado.
A veces se detiene y me mira con esa indiferencia de quién ha mirado a la muerte a los ojos.
Es incrédulo hasta el tuétano y se ríe cuando le digo que se ha roto en veintidós pedazos.
Cuando me desnudo se burla de mis cicatrices, mientras me pregunta cómo puedo llamarle niño suicida, si yo soy la niña del abismo.
A veces se emociona demasiado, me esfuerzo por no sentirlo, pero me grita que está vivo, y no sólo respirando.
Cansada lo tomo entre mis brazos, lo arrullo y alguna nana le canto, es curioso cómo reacciona ante las caricias, quién ha llorado tanto.
Y cuando por fin lo creo dormido, da un brinco y me invita a bailar. En silencio, sin relojes ni testigos.
Me toma de la mano y me dice: solo déjate llevar.
Quítate todo, menos lo que sientas.
Lo que guardes para ti, contigo se perderá.
Y yo bailo, bailo mientras recuerdo lo maravilloso que es rendirte a algo...
Ó a alguien.
A.