"Apago la lámpara y, por debajo de mis párpados cerrados, siempre mis ojos abiertos.
Por debajo de mis ojos cerrados, siempre mi mirada abierta.
Por debajo de mi mirada cerrada, siempre mi alma abierta.
Algo mira desde mí cuando ya no miro nada.
Cuando ya nada, en mí mira.
La noche, el miedo, el niño, la fiebre, la lámpara.
Se puede vivir indefinidamente en el terror.
Se puede."
Cuántas definiciones para este puto sentimiento y sin embargo me da igual como pueda nombrarlo. Pánico u otros entresijos, a quién le importa. Dejaré que sea la vida quién se ocupe de endosarlo en esos mis temores concretos; yo hoy prefiero vestirlo de letras, hoy más que nunca, que el sueño vuelve a no entrar en mí, insomne acérrima y sin poder evitarlo.
Mejor sería dejarme llevar, como todo ser vivo, perderme en el flujo de la vida, integrarme y dejar de ser yo.
Pero vuelve ese miedo tan específico, ese de raíz tan particular. Ese miedo latente, real, mordaz y punzante.
Ese terror que cada cierto tiempo se aparece y me sonríe.
Un miedo que me susurra al oído que esas pruebas siempre tendrán la posibilidad de despeinarme la vida para siempre. Un miedo que se me revuelca cuando una mujer con años menos que yo muere, luego de escucharle decir que sabe que Dios la va a salvar.
Un miedo que me recuerda que hace nueve años me zarandearon la vida. Un pánico que me hizo decir corta, saca, congela lo que sea porque no creo en la observación, no creo en la espera, no creo en rezos.
Confío en la violencia, en exterminar el miedo del cuerpo y del alma sin ningún tipo de piedad. Al miedo hay que matarlo, sacarlo de raíz, quemarlo con frío o con calor, no con oraciones ni con velas, no con fe ni con rituales... al miedo hay que matarlo.
Combatirlo de frente y mirándolo a los ojos. A veces acostándote aterrada en una plancha metálica y fría y sintiéndote el ser humano más miserable del mundo. He aprendido que el miedo no tiene que ver con otra gente, el miedo tiene que ver con uno. Y si le huyes, te encuentra. Atrás, de frente, porque lo llevas contigo, es parte de ti. No se queda atrás con las mudanzas, ni con los cambios de imagen, se agudiza con el tiempo, se activa con la lluvia, se intensifica con la noche, se multiplica con el silencio, se camufla con la felicidad y te sorprende desprevenida.
Me pregunto cómo será vivir de verdad sin miedo. No tengo ni la más remota idea pero haré todo lo posible para alcanzarlo, seguiré yendo a sitios donde me aterra ir como vacuna, continuaré mirando a los ojos al perro del vecino que me espera a diario en las escaleras de mi casa como medida preventiva, miraré a ambos lados cuando cruzo la calle y me aseguraré de tener puertas y ventanas con cerrojo por las noches. Le llevaré ventaja a mis genes, haciendo lo que no me gusta hacer y cuando más temo hacerlo, arrastraré mi voluntad a las zonas del conflicto, seguiré religiosamente humillándome en una plancha fría, y de vez en cuando, por qué no...
rezaré,
cruzaré los dedos y
prenderé una que otra vela.
A.