Taciturno



“Lloverás en el tiempo de lluvia, harás calor en el verano, harás frío cuando atardezcas… no tardes demasiado, la eternidad se nos acaba…”

                                                                                                               Jaime Sabines







No sé si mi manera de escribir sea distinta o tan poco entendible como siempre.  Lo cierto es que cada vez escribo menos en este malogrado diario de a bordo. Nunca escribo para reseñar alguna novedad en mi vida, ni para hablarles de algún autor en especial que sea de mi agrado, ni con la intención de incordiarlos con mis mediocres textos. Pero lo que hoy vengo a hacer aquí es quizá el más absurdo de mis escritos. Así que avisados quedan: están a tiempo de cerrar la ventana, y poner pies en polvorosa, porque hoy escribo desde las mismas entrañas...


Me he creído tontamente que sobre mi recae la felicidad de otros, y por mucho tiempo me he forzado a mirar más allá con el único fin de darles lo que más pueda de mi… He creído que mi magia es tan necesaria como ese reflejo fugaz en el espejo.

Pero justo en éstos instantes de mi historia… algo me duele… hoy más que nunca siento que mi vida esta vacía y que solo filosofar acerca de mis sueños es desperdiciar parte de esa vida, es dejar a tu alma aletargada, es sentir que estoy a la deriva, que ya no hay atajos que me incluyan, que me han borrado del mapa, que ya  no tengo esa casa a donde regresar y estirarme y alimentarme de lo que fui. Hoy mi hogar lo llevo conmigo, y lo voy regando en cada uno de mis pasos, en los espacios en donde gocé y lloré, viví, empaqué y me fui.

De pronto siento que el timón de mi vida no está siendo dirigido por mi,  Que no puedo más con el vacío existencial y eso me hace sentir menos humana…ya no sé, no confío… no me reconozco, no era así… no soy así.  Entonces me doy cuenta que no tengo corazón para entregar, ya lo he entregado y a mi me han dejado con nada… y pensar que en realidad mi vida es vacía y fría, que nada he hecho más que enterrarme viva… parece que esas constantes pérdidas se llevaron mi suerte, mis ganas, mis posibilidades de existir, de bien vivir.

Y me da pánico pensar que estoy esparcida por la vida,  que no sólo hay sólo trozos perdidos, sino que sólo recuperaré fragmentos de lo que pude haber sido.

Hubo un tiempo en que mi universo estaba en orden y de pronto parece que un huracán pasó devastándolo todo… no es culpa de nadie, pero es la casualidad más horrible de mi vida… el más grande de mis temores ha coincidido exactamente con esto.
La gente a mi alrededor sigue percibiendo el hastío en mis ojos, pero que hago con ésta rabia que me corre por dentro y no encuentran un lugar para salir.

Quizá sólo seguir con la necedad de publicar cosas porque me sé lastimada, a tal punto que hace surgir al monstruo que hay en mi, que me juzga severamente, hasta caer al suelo y anhelar recibir compasión o silencios… porque eso les aseguro, es mejor que nada.


A.

P. D. Lo sé, pésima combinación.







en caída libre








Qué difícil se me hace poner palabras a mis sentimientos... hoy sólo puedo cerrar los ojos, enmudecer y con tu eco, sentir... sentir con el alma!







Llevo muchos caminos recorridos y no restaría ni uno sólo de mis pasos, carreteras con baches, largas rectas, curvas interminables, días con sol, lluvia y claro de luna. Siempre tratando de sortear las piedras grandes, las hierbas altas, retando mis capacidades...

Pero a veces la vida nos coloca sobre brechas intransitables, y nos obliga a caminar por lugares oscuros, sumergiéndonos en pantanos profundos, con la única opción de enfrentarnos con lo peor de nosotros mismos.
No han sido grandes días, esperaba que todo fuera perfecto y lo único que hice fue atascarme. 
Pero poco a poco salgo del charco, comienzan a fluir las cosas. Atrás quedaron los silencios insufribles, y las brutales luchas internas. Resulte lo que resulte seguiré como hasta ahora, amando mi vida. 

He comenzado por simplificarlo todo, rodearme de mis pocos y grandes amigos, de esos que es fácil distinguir cuando realmente te encuentras solo. Hermanándome con la oscuridad que a veces me envuelve, meditando sin importar si lo hago bien o mal, sólo escuchándome, sólo observando ese enorme hueco que hoy por hoy ilumina todo mi ser.

Asumo que hoy camino sin rumbo alguno, y aunque el tiempo apremia, ya no hago planes, ya no hay fechas anotadas, sólo sé que llegarán esos días... sin planificar nada, sin querer controlarlo todo, vestida de soledad sin más abrigo que mi propia piel, buscando calor y cobijo en mi intuición, esa que es tan prodigiosa, sin exigencias, sin buscar la perfección y aunque suene a paradoja... en espera a que mis pasos los guíe la vida.


A.

Alambique






Un impulso le provocó ponerse de pie, interrumpir sus ermitañas y cotidianas actividades y salir de casa.
Salía con la esperanza de sentipensar esa vida que la abrumaba y quiso detenerse a mirarla. 

Salió. Sintió la noche. 


Aunque recién llegaba el otoño,  el frío de la ciudad insinuaba que sin tardanza llegará el invierno. Pensó en él y en su continuas sugerencias de abrigar sus pies fríos. 

Recordó sus palabras y se preguntó el por qué ninguno de los que tuvieron el arrojo de amarla recordaban ese detalle, y él lo tenía siempre presente aún sin haber compartido su cama, aún sin respirarla.

Sintió temor.


El ámbar artificial pintaba la calle; la calma del andador donde caminaba, silencioso; el ruido y la luz de las casas que la miraban, murmurando el final de un día que culminaría con el tradicional reclamo del por qué no le tocó ser una mujer mas fuerte, menos escandalosa, con menos carne, con menos boca, con menos años, con menos líos, con menos decibeles, con menos opiniones, con menos actitudes, con menos revoluciones dentro... con menos de ELLA.


Pensó en el desastre de su vida;

la lentitud del futuro que cómo tardaba;
la esquina del sitio donde su gato fue atropellado hace un mes;
el poco dinero en su cuenta;
la vida que la abrumaba. 

Se detuvo en el lugar donde alguna vez caminó con él. 

Una madrugada fría, virgen, sin sol ni gente. 
Recordó su andar veloz, desesperado, esperanzado y ansioso de poder volver a verlo por fin. 
Después de tantos días de ausencias distanciadas; de tanto extrañarlo; de tanto amor guardado.

Hoy, después de varios meses, tenía la fortuna de no extrañarlo tanto.


Lanzó un suspiro y la luna adivinó su clamor contenido. 


Entonces pudo admirar el sonar del viento, 

el silencio en su cabeza, 
y el palpitar de su corazón vivo.


A.


Pa' morir, nacimos








¡Niños dejen ahí! ¡Van a ver, les van a venir a jalar las patas!.

Así nos llamaba la atención mi abuela a mis primos, hermanos y a mi al vernos merodear la mesa de la ofrenda de muertos para tomar sin su permiso; la fruta, el pan de muerto, las calaveritas de azúcar o chocolate, entonces corríamos a escondernos en el cuarto de mi madre a devorar el suculento botín.

Las tradiciones en la familia, se siguen casi por osmosis, desde las posadas, la Navidad, el año nuevo, los reyes magos, la Semana Santa, el 15 de septiembre y el día de muertos, gran responsable era doña Lola, quien gracias a la influencia de su madre, su madre, nuestra bisabuela, las llevo paso a paso por ese camino.
Doña Lola, en estas fechas solía llenar la casa con aromas, sabores y esencias, que aunque durante el resto del año, estaban presentes, siempre a finales de octubre, tenían un significado significativo (espero que no sea pleonasmo), preparaba platillos especiales, el mole que le gustaba a mi bisabuela, la calabaza dulce, que a ella le gustaba (pero no comprada, ya hecha), los huazontles, los tamales, y muchos platillos más, sus olores se confundían y se mezclaban con el copal y el incienso, todo ello aderezados con el tequila, el pulque, los refinos, y más bebidas espirituosas y otras no tanto, la mesa estaba llena con flores, frutas y no podían faltar la sal, el agua y la luz a través de las veladoras.

Mi abuela organizaba los eventos en su casa. Se encargaba de todo, los invitados, el chocolate caliente, las galletas en su lata siempre azul, café, flores del patio, velas al santo, casa limpia, recordatorios por teléfono en tiempos en los que el teléfono era de rosca y había que marcar número a número para que a nadie se le olvidara ir a rezar. Mi abuela siempre fue buena para los nacimientos y las muertes. Gracias a ella y sus ideas, hoy en todas las casas de la familia, se pone la ofrenda, sembrando así la semilla en los mas pequeños de seguir con la tradición, ahora ella, sigue siendo parte de la ofrenda, pero del otro lado de la mesa. No puedo evitar recordarle con todo y sus gustos, sus caprichos, con su comida favorita, con sus obleas, con sus frutas predilectas, con su taza de café, y muchas cosas más, así de esta manera, ella sigue presente, junto a sus muertos, los nuestros, los de todos, los que siguen estando en la memoria y en el corazón.

A la muerte mi abuela la manejaba con clase y naturalidad, nunca la vi perder la compostura, de ella nunca fueron los excesos. Y es gracias a ella, quien a pesar de su carácter duro, fuerte, su bonhomía disfrazada de rudeza, de su amor casi escondido para sus hijos, logro con tozudez y empeño algo que quizás jamás visualizó, seguir al frente en las siguientes dinastías, vaya pues, una cariñosa añoranza, el eterno agradecimiento, el infinito amor para ti.

Te extraño abuela, no solo cuando la gente se muere, te extraño a diario...



A.





Claroscuro



“Tengo miedo de mi voz
y busco mi sombra en vano.

¿Será mía aquella sombra
sin cuerpo que va pasando?...”

Xavier Villaurrutia








Busco el aire. Cualquier rendija, cualquier recoveco iluminado que me suponga un exterior.

¿Tendré la sangre fría?

A veces parece que uno estuviera viviendo de forma inútil, sin fondo, sin causa. Que las actividades que conforman la vida no tuvieran relación con nada medianamente profundo.

Y pareciera que lo que uno hace todos los días no tuviera sentido. Y sin embargo, la vida si parece tenerlo. Tanto que uno no renuncia a ella, aunque esta penda de un hilo. Se sigue viviendo con un entusiasmo casi ininterrumpido. Y es porque todas esas cosas cotidianas y aparentemente sin sentido se juntan y terminan por conformar un argumento válido, sólido, necesario.

Cada hora inocua, cada paso torpe, cada tarde frente a la computadora, son la imagen inequívoca de un argumento central, oscuro y sin embargo concreto... la vida.

Me muevo para encontrar el aire. Me duelen los senos y me sudan los ojos.

Abajo, alguien me llama.


A.



A bote pronto









Tiempo al tiempo...

Quizás sea el tiempo de ganar, o el tiempo de perder, lo más seguro es que no lo sabré a tiempo, pero lo más importante es saber que a su paso, el tiempo, siempre me dejará ese sabor inequívoco de los buenos momentos.

Pasa el tiempo y no sé, si es rápido o lento, porque, rápido no ha sido saber que ya no te encontraré esperando, lento porque tu ausencia me duele, rápido porque me iré acostumbrando a pensarte como si estuvieras de viaje, lento porque ambos sabemos que no regresaras de ese viaje, es un doble ideal al cual ambos tendremos que hacernos a la idea.
 

Quien lo dijera, algo que no parecía tan complicado nos llevo a sentir de todo, desde enfrentar un silencio inmenso hasta escuchar ese eco obediente que nos imponen los hombres.
Habitamos por muy poco tiempo esa tierra estéril donde sin mástil para asirnos, pretendíamos hacer un refugio para las embestidas de la vida.

Sentimientos asilvestrados, palabras sin filtro, caricias sin recato, ese humor ácido, tu poder de negociación casi tan convincente para todos, tu cariño tan especial, a tu modo, si, muy a tu modo.

Ahora te pienso, con todo el amor y la añoranza de los que soy capaz de guardarte, yo seguiré aquí, tratando de seguir en el camino, obviando esa afonía que se impuso. Resguardándome en las palabras, hundiendo el rostro en ellas hasta que devuelvan a mis noches las estrellas.


Callo y sonrío, y pienso que mi tiempo no es mi tiempo, poseo las pruebas, pero nadie mas las ve.




A.


 

Son tres...





Si me preguntan como son:


Son como una tormenta, son el sol sobre la escarcha, son una brisa fresca por la mañana,
son un ciclón encerrado en una casa,  son sonrisas reparadoras interminablemente contagiosas.







Son zalameras irredentas, pero cuando se enojan pueden derretir con una mirada,
motivo y razón, eterno aprendizaje, se adueñan de tu mundo casi sin sentir,
y de pronto caes en la cuenta que desde que se hicieron presentes y para siempre,
sin importar su edad, son tus latidos y tu palpitar, son tus glorias y tus penas,
son pedazos de tu ser, y serán tu renacer cuando no existas más, ellas son mis hijas...


A.



Despertares




"Mis criaturas nacen de un largo rechazo"
Pablo Neruda











Lo vi, con fugacidad, asomándose por la ya habitual ventana. Su mirada tan perdida en el vacío, su soledad tan indiferente al resto del mundo... y a mi. 
Su presencia tan repentinamente luminosa. "Si me mira, sostendré la mirada" me reté, en mi miedo por tratar de prolongar un poquito más las revelaciones de mi porvenir. Casi al instante, el cerró la puerta, rompiendo así mi espera; mientras, una certeza se acercaba lenta y determinadamente, como el puto destino.

Todo en misteriosa comunión con mis solitarios instintos.


Seguí rutinariamente y sin optimismo. ¿Cuántas veces no me había generado escenas de sorpresivos encuentros con personas desconocidas que podrían endulzarme la vida?, ¿Cuántas veces se habían quedado en simples destellos totalmente intrascendentes dentro de mi cabeza?
Me coloqué en el rincón mas absurdo para mirarlo (con tonta discreción) sin que me viera, mientras yo hablaba sobre la utopía, la libertad y demás maravillas (con brillante torpeza).


Esa es mi fórmula, desde siempre, para establecer un diálogo auténtico y verdadero: Desnudarme desde el interior, desde mi fe más apasionada e imperfecta.
 

Me escuchó. Un día le sorprendí mirándome, a lo largo del viaje, en dos ocasiones, con claro interés y condescendencia hacia la sensibilidad de mis palabras, con un atrevimiento que bastó para inundarme de jubilosa fe.
Al final, cuando creí que había terminado la espera... me ofreció unas monedas, mi insospechado reclamo fue respondido con un sonoro "da igual" y con esa sonrisa encantadora, inmensa, repleta de bellezas aurorales e incandescentes asumí mi realidad.


No pudo haber mayor armonía que la nuestra. Mi instinto parecía haber triunfado.
¿Compartiría el conmigo todas aquellas emociones de amores y victorias? 

"Si me responde, me acerco", me reté una vez más. 
Pero esta vez nadie me escuchó. Esta vez no hubo misteriosas comuniones. Había que trascender por cuenta propia a mi destino.
 

De repente, en menos de un segundo, despertaría de mi pequeña y frágil burbuja. Volvería a mi tratar de aparentar desinterés y sabiduría, a mi fingir ser de un mundo lejano e incomprensible.  Sonreí humillada. Mi instinto había sido superado, bobamente, por la cobardía y la inseguridad, en el último tramo, como siempre.
 

Nadie le dirá  que me enamoré de su sonrisa. Nadie le avisará que todo mi llanto había sido para el...


A.


A ti con dolor




Y se cumplió así, el mayor de mis temores...

Tu ausencia.









Menciono tu nombre y la memoria selecciona esa parte en donde tus palabras tocaban mi alma con luminosidad de seda, siempre profundas, siempre atadas a tu imagen, reviviendo esa melodía de caricia que las hacía viajar suaves al tacto del tímpano.

Es al recordarte cuando te siento cerca, como si buscando el contacto que designa tu nombre, al otro lado aparecieras contestando, vivaracho y solidario, siempre dispuesto a escuchar de aquello que me inquietaba y a su vez nos hacía cercanos y accesibles: la vida.

Es un desfase emocional soñarte y escuchar tu voz en la mente, saber que esa pretensión de cercanía y ese deseo de poderte contactar cuando quiera no es ni será ya nunca una posibilidad.

Aún está esa despedida que sigue hurgando el lacerado lugar en donde el silencio se posa, esa distancia insalvable que nació la noche de tu partida.

Soñarte tiene su costo, mi dolor se hace palpable, y mientras cedo a la comodidad de mi cama, mi mente se pierde al recordar aquellos momentos compartidos, que me permiten reunirme contigo a través de un recuerdo húmedo con matices de llanto.

Este sufrimiento mío es intransferible, así como la rabia o la impotencia ante la duda que día a día me invade. Los detalles de tu partida se discuten tímidamente y sé que sin la debida explicación estableceré juicios que me harán manejar tu ausencia con mayor pesadumbre... aún en la dicha de recordarte.





P.d. Me haces falta.





Intento




La verdad y la realidad...
  son vicios  muy caros.   





Te conviertes en mi antídoto,
omnímodo, eres mi anti todo,
lo maldito y lo bendito,
lo celeste y lo terrenal.

Y solo tú me libras de todas mis
culpas: las absolutas, las perennes
e inmediatas.

Y mientras duermes,
déjame seguir mi circunloquio,
me conviertes en una gran fantasía,
cual súcubo derrotado,
sacrificado, sin indulgencias.

Quiero tener todo de ti,
tu parte mejor y tu peor complemento,
tu todo y tu nada, y así, viril te sacralizo.



De causas y efectos


Cualquier realidad que encuentres...
Te parecerá inevitable.






A mi me duele la vida. 

Si, sé que no debiera sentirlo y menos gritarlo, pero cada día que pasa me cuesta mucho más disimularlo.
Es como si tuviese el pecho tan lleno que irremediablemente terminará desbordado por algún lado y hoy me ha dado por plasmarlo. Tal vez tenga que ver con que el día está lluvioso y  quizá soy de esas a las que el clima les manipula el ánimo. La cosa es que tengo los ojos colmados desde que los abrí, me ha pasado muchas veces, pero nunca antes con esta sensación en el pecho. Y no hablo de el pulmonar, sino de el que está debajo de eso y honestamente no sé si el escribirlo sea sencillamente un merecido alivio. Es como cuando la gente acaba los maratones y se derrumban cuando pasan la meta, hoy parece que a mi se me acabó el aliento prematuramente... muchos metros antes de la meta. 

Lo cierto es que hoy amanecí rota. Y aunque siempre he creído que crecer es romperse constante y continuamente hoy mi vida ya no tiene excusas de dolerse. 
Me siento estancada y lo que es peor, varada. He tomado decisiones que lejos de hacerme avanzar me hacen caminar en círculos, ni siquiera retrocedo. Es como si una fuerza centrífuga me halara. Lo he intentado todo y no logro recomponerme, nada ni nadie logra rellenarme la rotura nueva que tengo. 
Dicen que los desastres no ocurren de repente. No se desencadena todo en un instante ni pasa sin explicación, pero yo no lo escuché. Saben ese sonido, ese terrible sonido que anticipa el estruendo inminente. No lo tuve.
No me di cuenta de que todo empieza poco a poco, despacio. Un pequeño error se alía con otro y juntos ya son un fallo más fuerte. Así, lentamente, se va formando la montaña. Y cada vez que la mencionas tienes que ser capaz de reconocer también a todos los granos de arena que la ayudaron a crecer tanto. 
Yo me rompí sin previo aviso, sin notificación, sin cuidado posibles derrumbes. Y hoy ando derramándome por todos sitios, perdiendo, vaciándome, mientras camino
Hoy siento que para pararte a pensar en todo lo que ha salido mal, ya es demasiado tarde. Sólo sé que algo me falta, algo se rompió.  Y las cosas rotas nunca quedan iguales, se rompen de nuevo a la menor provocación y mil veces peor que la primera. 
No me voy a quejar, pero quiero agujerearme escribiendo para ver si por algun lado se escapa esta presión.
Quiero creer que no vale la pena sentirse mal por ello, que lo más gracioso de los desastres es que a veces nadie tiene la culpa. Pasan. Porque somos humanos y nos equivocamos. 

Que no podemos evitarlo de la misma forma que no puedes dejar de respirar a voluntad, lo único que puedes hacer es acordarte de cómo añadiste cada grano de arena, cada piedra. 

Aprender.

Y quizá así poder superarlo y seguir adelante.



A.

Añil soledad







La soledad se me multiplicó...

Como en aquella espera repetida, encontré sueños dormidos esparcidos por toda la tierra. No sé si ocurrió en el tiempo del sueño, cuando mis ojos olvidaron la puerta de la luz, o si fue mi propia vigilia y su movimiento infinito lo que me hinchó de ausencias. 

Mi cuerpo se amistó con cada rincón, con cada abrazo y cada caricia que rozó mi humanidad. Y entonces pude recordar. Los besos tardíos como soles en descenso. Los abrazos anchos y felices en donde cobijé mi ira convertida en canción. Tu risa aupada en mi frente, volando en los infiernos de aquel sueño equivocado. 

Nos acomodamos a aquella tierra, a aquella tierra yerma, a aquella casa tan nuestra que nunca fue tuya ni mía, a ese aire seco, aire muerto que nunca sopló, vientos inventados que movían tu cabello y secaban mis labios. Un lugar que nunca fue, y nosotros dos, más vivos que nunca. Nos metimos por el pequeño ombligo del amor y encontramos la risa. La carcajada infinita y silente que reposa oscura en tus ojos tan claros. 

Inventamos la ruta y nos inventamos los caminos, los más inhóspitos que tuvimos. Los días se hicieron tan largos que no pudimos precisar el fin. Y justo en el día en que mi cuerpo se instaló en la rutina de tu plenitud, el viaje terminó. 

Los ojos se me cayeron como dos pequeñas gotas, y tú empezaste a morir, poco a poco.









Desvaríos varios









Llegas por la espalda y mientras tu mano recorre mi piel desnuda me susurras, con un tono entre imperativo y sugerente: "Ya deja de hacer eso".

Más imperativo que sugerente, como siempre, con todo. Porque ciertamente, el "ya deja" no me otorga muchas opciones, obliga, establece un vínculo jerárquico entre un nosotros que se asumen consensualmente desiguales entre sí, el opresor oprimiendo al oprimido. 

Me gustaría más por ejemplo un "deberías dejar", brindándome la posibilidad de no hacerlo, respetando la autonomía de mi criterio. 


El "ya deja" me hace dejarlo, y ya. Me hace dejarte, así, sin más.




A.

Hipótesis






Podría escribir para ti aquí y ahora, de repente, articularía con precisión cada una de las letras que conforman tu nombre para que supieras que sin duda me dirijo a ti... valerosa, como sin miedo.

Sí, siento miedo. Porque me dejaste sola, sentada bajo el naranjo, contando nubes y viviendo amaneceres. También atardeceres.

Si vinieras, crearía para ti el escenario más digno, por ejemplo, te presentaría la casa que arreglé para ti una tarde de abril, es linda. Y el jardín con sus árboles, porque a mi también me gustan mucho los árboles, los desnudos de otoño aún más.
Y cocinaría para ti arroz salvaje, escogería algún vino y de postre arándanos en salsa dulce de fresas. Cenaríamos en el jardín, en espera de una hora generosa de sol. Luego te llevaría a pasear por las calles de la ciudad, y por aquellos secretos que afloran sólo cuando yo las camino.

Y en ese hipotético escenario, que sin lugar a duda sé que te gustaría y que a su vez reside en este hipotético escrito, me presentaría ante ti sin saber qué decir, más muda de lo que siempre fui, recogería una hoja del suelo y con ella entre las manos jugaría reprimiendo con torpe discreción mi intento secreto por tratar de revivir viejos momentos, pero no te darías cuenta de eso, porque tu no miras mis manos.

Un fuerte nudo se posaría en mi garganta, impidiéndome emitir sonido alguno. El frío recorrería mi sangre tornándola frágil, delatando el ayuno de mi piel. Absorta contemplaría el horizonte, buscando tu rostro cada vez más lejano; atenta escucharía el rumor del aire, buscando una voz cada vez más tenue. ¿Entenderías, acaso, lo que trato de decirte al citarte en este sitio tan mío, ausente de tiempo, sin pasado y sin futuro?, pareciera demasiado pronto, o demasiado tarde, o demasiado inútil, ¿te marcharías, acaso? Entonces tan sólo te miraría alejarte, al anochecer, entre el monte crecido, desplegando tus alas inmensas, siguiendo con la mirada tu estela bajo la luz de la luna. Por última vez miraría tu ceño fruncido desbordando la noche oscura, tu melodía rehaciendo el mundo (mi mundo). Desearía, sin reparo, ir tras tu estrella eternamente, desearía ir, desearía estar, desearía ser... si me pareciera al menos un poco a ti, si fuera al menos un poco como tú...

Un ave como tú.


                                                                                                                                                 
                                                                                                                                                           A.






Trecho







Llevo días pensando en que el silencio y la ausencia nunca en toda la historia habían comunicado tanto. Obviamente porque mientras más fácil se vuelve comunicarnos, y estamos disponibles por tantos medios, más peso y significado adquiere la negación de la palabra o de la presencia.

Antes, las cartas o mensajes sin respuesta, el email sin responder, todos dejaban posibilidad de error; las cartas podían perderse o los mensajes de filtrarse con el spam. Pero ahora la tecnología alivia esas incertidumbres al grado de no existir margen de error. De ese modo, creo, que ningún silencio hasta ahora había sido tan rotundo y elocuente como esa certeza solitaria cuando se espera una respuesta.

Me pregunto con temor a la respuesta, si en el futuro existirán silencios aún más fuertes. No sé, tal vez sea común comunicarnos telepáticamente, y podamos sentir exactamente el momento justo en que una persona literalmente nos saca de su mente y de su vida...


A.


Canguelo





Estoy buscando el equilibrio perfecto entre la felicidad y la tristeza.
Porque las esponjas nunca tienen un mal día.
(Chuck Palahniuk)





Cierro los ojos, respiro profundo y me quedo así... inmóvil y muda por la eternidad de unos segundos, conteniendo el grito que me nace en el pecho y amenaza con estallarme en la boca, justo como ese rumor perenne de una ola que nunca rompe y mantiene el horizonte en secreto.

Hay momentos que transcurren fuera de los relojes, abismos profundos y fríos que abren en el tiempo unas grietas irreparables. Creo que ya los conocía, no es la primera vez que el miedo me hace sentir ausente. Sólo que esta vez se trata de algo diferente, más grande o quizá más fuerte. No lo sé, pero a veces las búsquedas terminan en encuentros en los que sientes que tú eras el buscado...

No sé si me acostumbre a esta sensación de caminar hacia atrás y con mordaza, de sentir que el pasado se repite, de buscar entre la nada, de cerrar los ojos ante la evidencia de que solo soy eso, una austera voz preñada de miedo.

No sé si a mis palabras sin percusión se las lleve el viento, pero es mi oficio repetirlas
hasta que me quede sin voz o hasta que tu decidas oirlas.


A.


Después de tanto






Voy a cumplir 42 años y nada es como pensé que sería. Hay algo con la cuarta década que le da a una por cuestionárselo todo, desde los genes pasados hasta el incierto futuro. Encima, hay una urgencia interna de lograr cosas, de ponerse fechas como si la vida hubiese encendido un conteo regresivo y tuviese una bomba a punto de estallarme justo entre mis manos.

Si nuestro yo de hace unos años pudiera ver cómo somos en la actualidad, qué hemos hecho, vivido y con quién, se sorprendería.


Mujer, atractiva, apoderada de grandes formas coquetas, que a su paso nadie resistía. Hasta el día de hoy día (cree) conservar ese perfume feromonal de seductora que la caracterizaba desde entonces. Su sinceridad al hacerle saber a un hombre cuánto le gustaba, se convirtió en una lección de vida para mí. Lección honesta que me salvó de una vida aburrida y que me logró grandes e imposibles romances que disfruté desde muy temprano. 
Creía en tantas cosas, en la astrología, en las almas gemelas, en la patria, en la independencia, en la belleza de lo sencillo, en la carencia absoluta del temor de hacer el ridículo.
No se amilanaba.  Gustaba de ir a fiestas, pero no a Fiestas Patronales de pueblos, esas las odiaba. Adoraba pasear pero no usaba sandalias  puesto que le daba asco que sus pies tocaran las losetas. Nunca le gustó la playa. 
No usaba marrón, ni charol, ni combinaba más de dos colores, ni usaba dorado, ni velvet. Todo por principio. Estaba llena de principios, de certezas, de teorías con o sin fundamentos. No salía sin resaltar antes sus gruesos labios.  Se bañaba con agua fría, más bien helada. Comía de todo, sin importarle absolutamente nada. Era elástica y parecía incapaz de sentarse como se debía. Era brillante, o al menos eso se creía. Coqueteaba casi por reflejo. Le dolían el hambre, la mentira, la injusticia, las enfermedades, le dolían, por más lejanas que le fuesen todas. Amaba su país, como uno ama a su primer amor, sin ningún límite porque no se conoce otra forma de hacerlo. No se peinaba. Nunca se había pintado el pelo, no creía en las uñas postizas y le aterraba cualquier sensación que se le saliera de las manos (y de los ojos).
Quería volar, conocer el mundo, costásele lo que le costase, aprender idiomas.
Era muy apasionada, tan apasionada, que parecía que absorbía a sus amantes y poco a poco dentro de ella le parecía que desaparecían.
Ella no quería que la amasen muchísimo, quería amar muchísimo y sentirse adorada. Le gustaba la expectativa, los subibajas emocionales, los escalofríos, la tensión. Quería magia, no importa lo que durara y de que estuviese hecha.
Ella tenía dos amores. El primero era un profesor a quien en un evento de la escuela, ella se le había acercado, le había coqueteado y él, irresistible como era la chica, le había estampado un beso en la boca.  Ella se había dejado besar, correspondiendo incluso. Fue la envidia de casi todas las compañeras del salón.  Pocas estudiantes hasta ese entonces, habían logrado lo que ella: acercarse al objeto del deseo juvenil para domarlo a besos. Así que ése joven profesor, y el otro, el vecino diez años mayor que ella eran los novios imaginarios de mi yo.







Ahora se debate entre la perplejidad y la claustrofobia provocada por el reducido tamaño de su vida, las costumbres locales, la dificultad del idioma y el mal tiempo, siente que todo mejora cuando rememora los grandes momentos de juventud. Porque ese otro yo significa juventud, coquetería imberbe, el colegio, los primeros novios, las escapadas a la discoteca, los primeros besos, el corazón roto, el corazón sanado, la mocedad. Significa antaño. Y en medio de una carcajada dolorida, ella me habla de la importancia de saldar cuentas, recuperar la confianza en uno mismo, pasar página y abrirse a nuevos horizontes, aunque ahora sus historias de amor son a temperaturas bajo cero...


A.