No quiero llorar, pero sin duda los sollozos adelgazan las tristezas...








El primer impulso fue escribir, preguntar, quería saber...

Llevaba días con un llantén instalado en el pecho que se desbordaba por los ojos. Quizás algo intuía. Era como si la vida la estuviese protegiendo de si misma, de su hedonismo autodestructivo, de su fatal tendencia a caer una y otra vez. Del derrumbe inminente, porque si soltaba todo en una sola noche, se quedaba vacía. 

Quería gritarsélo al mundo, pero sintió pudor imaginando a la gente intuyendo sus intenciones. Sabía que no debía hacerse un daño como ese, que la recaída sería peor que todas las anteriores juntas. 
Le temblaban las manos y quizás hasta las rodillas.

Ahora entendía la razón de su pregunta.

A. se siente una duda gigante e infinita. 
Una sonrisa fría.
Un signo de interrogación, un garfio atrevesándole la herida.
Una caricia huérfana.
Un beso olvidado.
Una hormiga perdida...





     

Sólo por hoy le permito sentir pena por si misma, mañana no.