Colapsos










La vida te frota en la nariz lo que necesitas superar. Y yo siento que puedo manejarlo todo, menos el silencio. 

Jamás he entendido la vergüenza a pronunciarse, a la absurda decisión de no hacer por miedo a equivocarse, de no estar por no molestar y en cambio estar en lugares comunes vacíos de emoción y calidez. No comprendo la torpeza de mantenerse en pie cuando ya la única opción es sentarse. De tropezar y precipitarse en ese interior sin antes despojarse  de las ínfulas de certeza.

A la torpeza de patear mal el suelo y torcerse el tobillo, a las retenciones sin sentido de emociones obsesivas, a los careos íntimos con una conciencia confusa, a la  torpeza de sentirse quemado y no retirar la mano del fuego ó masturbarse con frenesí mientras copulas con una soledad reseca.

Por eso esta intolerancia febril al desacierto de callarse por miedo a ofender. A  frases como eso no fue lo que quise decir o quizás no me expresé bien.

Tengo cierta debilidad por las palabras y como es de esperar eso me hace más propensa a las mentiras. Por eso esta absurda tendencia a creer casi todo lo que me dicen, lo que me escriben, lo que escucho, lo que leo...

No me gusta el silencio y creo que es la forma que ha tenido la vida de recordarme cuán frágil y vulnerable soy.




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