Te presentí como quien adivina una tormenta.
Me prometí entonces atreverme a soñar siempre, aunque doliera, aunque para ello hubiera que sentir intermitentes ráfagas de viento helado en el corazón ó caminar bajo el incontenible cielo que me desvela la pequeñez.
Y es que hay amores que deberían traer una advertencia de extremar precauciones. Como éste que se me ha encajado en el pecho, y enquistado en la razón.
Aún siento el mareo que me provoca tu alma telúrica y el temblor que me desata tu presencia vendaval.
Pues nada, que hoy renuevo esa promesa... me atrevo a soñar.
A.