De cerca, de lejos






- Hija, pero estás segura que es eso lo que le quieres pedir a los Reyes.
Yo no creo que sea tan buena idea. Un telescopio es además de caro algo difícil de manipular y sobre todo de considerable tamaño para el espacio de tu habitación.
¿Por qué mejor no les pides otra cosa?
- Pero mami, yo ya sé todas esas cosas, por eso se los pido a los Reyes magos, para que tú no gastes, y como mi habitación es pequeña solo estoy pidiendo una cosa.

Supongo que los Reyes magos, por eso son magos. Y ante semejante argumento creo que el seis de enero junto a los demás juguetes aparecerá un telescopio más o menos decente.

...

¿Pero no es demasiado para una niña de seis años?, preguntaba mi mamá a papá cuando a esa edad yo quería un microscopio y mi padre consideraba comprarme uno que no fuese de juguete.

Mi padre no sabe decir que no, así que supongo que ante la insistencia de mi madre, optaron por comprarme un microscopio marca Mi Alegría con lente de plástico, con tal de salirme al paso. 
Tengo que decir que el microscopio fue una de esas tantas decepciones que me ha dado la vida, porque con el no veía más allá de lo que podía ver con la lupa de mi abuela y con la que podía pasar horas sumergiéndome en ese basto mundo de las cosas diminutas. 
Quizá por eso mi fascinación por las cosas pequeñas y mi tendencia de alejarme de aquellas que por su magnitud me son difícil manejarlas.

Debo confesar que la idea de un telescopio me ha seducido sobremanera. Así que me he dado a la tarea de investigar precios y marcas y me he propuesto aprender a utilizarlo si es que quiero que la inversión sea exitosa y por lo menos logremos ver la luna. Sólo espero no pasar el día de Reyes ajustando perillas y cremalleras. Aunque si logramos ver algo distinguible de la bóveda celeste, ya habrá valido la pena.

Y tal vez, solo tal vez, me convenzo que la distancia como muchas otras cosas en esta vida, son relativas.


A.


De tormentas



Han pasado varios días desde que me acuartelé en mis emociones, casi un mes desde que el miedo atroz se instaló en mis tobillos. Apenas cuatro semanas de la incertidumbre aquella que se metió con violencia entre mi pecho y espalda. Incertidumbre larga y persistente que me torturó por horas, días, semanas. Incertidumbre que fue seguida por un profundo y desolador silencio. Dicen que en 21 días cualquier cosa que hagas se convierte en costumbre, en hábito, en una parte de ti. 

Sin duda alguna veintiún días son demasiados para mi.
Creo que es importante decirlo, para mi necesario es escribirlo, esto me pasó, me pasó a mi. No fue a una conocida, ni a la amiga de mi amiga, ni a alguien al otro lado del mundo, me pasó a mi y el mundo se derrumbó a mis pies.
No voy a justificar mi desgracia, no voy a minimizar mi tragedia, no voy a renunciar a ese profundo duelo al que tengo derecho a sentir. Porque no hay dolor pequeño, porque no hay temor absurdo, y la única manera que tengo de enfrentarlo es aceptándolo primero. Al igual que para sobrepasar los temores hay que nombrarlos por nombre y apellido, hacer inventario de lo sentido, permitirse llorarlo, y entonces sólo entonces empezar de cero.

Mi nombre es Alejandra, y estoy cansada de vivir al filo del abismo, estoy harta de no tener la fiel certeza de un mañana. Me siento derrotada, deshilvanada por más que entrevero los sueños y el recuerdo del espanto. Me siento avergonzada porque no puedo asimilar algo tan crucial. Me siento rota y culpable de mi propia fragilidad. Me siento drenada pero no lo suficiente para dejar de llorar. Porque lloro por todo y nada, porque confundo el optimismo con la cobarde negación, lloro porque soy tan irresponsable que niego mis pérdidas, lloro de rabia porque ignorar lo que me pasa es una forma de perpetuarlo, lloro porque no tengo el valor de gritar que estar bien y estar viva no es lo mismo, lloro porque mi buena cara es una dosis cotidiana, un deber cumplido.

Y me siento egoísta, profundamente egoísta cuando un segundo después escucho la risa de mis pequeñas y entonces revive el día porque me invaden con su cauda de preguntas, y me dicen ríete mami que a ti te gustan las estrellas. Entonces me pongo alas, me hago ligera, me vuelvo libre. Y quisiera pasar la tarde cantándoles, que nada me perturbe, mucho menos la idea que llegará la inevitable medianoche y como ya es su costumbre mi mundo lo hará suyo, moviéndolo a su antojo como un caleidoscopio y dejándolo en el orden que ella quiere. 
Ya no me siento tan joven cuando lo hace, que de tanto ir hacia atrás no vivo las horas, ni sé cuando oscurece, solo sé que el coco existe y que el hay días que el lobo viene y me devora de verdad.

Llevo un mes diciéndome que todo va a estar bien, 21 días feliz porque cuando creí que un intenso dolor me acabaría, supe que era solo una crisis más que dejó tras de sí el espanto. 20 días orando aunque ya no coma curas porque me empacho. 19 que dejé la religión de las culpas, las indulgencias sin causa, y los crucifijos a los que les tenía pavor desde niña. 

Tampoco creo que hay más allá, aunque  sea Jesús el que me lo diga, ni en que hay cielo e infierno para premiar a los buenos y castigar a los malvados. Ojalá fuera así, pero yo ya no creo ese cuento.
Me quedan más cerca mis palabras que los versículos y los salmos. 18 días inhalando y exhalando, 17 convenciéndome que nada me salvará de la fatalidad, del riesgo, del futuro en el que no he de estar. 16 repitiéndome que la vida algo ve en mi, y que yo sé lo agradezco como lo generosa que es. Y entonces visito al otro Jesús, y me porto cuál debe ser, mientras le digo bajito que yo ya no creo en él aunque comulgue y todo, y llore cuando escucho el Aleluya, entonces vienen a mi mente mis papás y les pido perdón aun más bajito por no creer ya en aquello que con tanto amor me enseñaron. 15 días hablándole a ese Dios caprichoso y esquivo, el que alimenta y alumbra pero también devasta y destruye, el Dios azar o al que los más osados llamamos universo o pródiga naturaleza. 14 días jugando dominó, 13 platicando con mis fieles difuntos, 12 días intentando escribir, muchos más queriendo gritar.
10 días enhebrando motivos pequeñitos y profundos para sonreír, 9 para descubrir que no caí, que solo nadé río abajo, 8 debatiendo con Newton y Einstein que ni absoluta ni relativa, la distancia solo es olvido. 7,6,5,4 durmiendo sin la promesa del príncipe que me despierte, 3 buscando la belleza por si un día se aparece, 2 días que me permito pasar de la risa al llanto sin cuestionarme, 1 día con la promesa diaria de escribir, hablar, o tocar a alguien querido.

Cada quien su dolor, cada quien su miedo, cada quien sus razones o sus excusas. Cada cual su tristeza o su dicha, cada quien su Dios.
 Arbitrario y salvaje, misericordioso y heroico, o el Dios que no existe... nos bendiga.


A.