Acordes









Soy ese vértigo. Ese instante. Ese sabor que nadie sabe.


Soy un combate justo. Un latido contra latido. El corazón en la boca. 
En la boca el suspiro. Y soy el contra golpe, perdido.


Soy entre lágrimas dulces o rabiosas, soy entre sonrisas de estiércol y abrazos fingidos.


Soy entre vientos y huracanes.


Sólo soy un trazo. Rojo. Muy intenso. Y con el, yo parto a la mitad los azules de tu pecho.

Soy de frías manos y titubeante el corazón.


Soy la niña que comía mal, escribía cuentos y pescaba ranas, soy la mujer con la piel preñada de alas.


Soy palabras, pero de esas que de tanto decir, ya no dicen nada.


Y soy zapoteca, jíbara, cimarrona, sexy y grosera...


Soy por encima o por debajo, en diagonal y sobre costados.
Soy ese siempre que la vida convierte en nuncas.

Soy magnolia, soy flaqueza y desconcierto. Soy espliego cuyo aroma ignora el viento.

Soy sirena que naufraga y no sabe cantar. Soy quien puebla tu nuca y anida en tus desconciertos. 

Soy esa frase que grita en la pared, lo que otros nunca dirán al oído.

Soy bandera, si tu eres viento, soy de Evas y Adanes... Si quieres ser mi Dios.


A.


De Temporal









"esta lúgubre manía de vivir 
esta recóndita humorada de vivir 
te arrastra alejandra no lo niegues..."





En tardes soleadas empecé a entenderlo. Siempre había una diferencia notoria entre ellas y yo. En otras épocas en las que el bullying no era conocido como tal y al final no importaba tanto o, mejor, no se le daba tanta importancia, siempre escuchaba comentarios necios, repetidos y molestos. Esa diferencia la entendí hasta mucho después, quizá por esa tendencia mía a lo complejo. 
Tal vez es porque nunca he sido inteligente, pensaba que mi corazón y mi sentimentalismo tenían un poder limitante sobre mi raciocinio, y eso me hacía diferente.
El sol no es mi enemigo pero necesito una barrera para apaciguarlo, aunque me beneficia en muchos aspectos debo tenerlo vigilado, mi última prenda de vestir es una buena capa de bloqueador solar.
De pequeña odiaba los paseos en grupo, no eran tan divertidos. 
Como todo niña impaciente odiaba sobremanera tener que usar bloqueador y esperar por lo menos media hora a que se absorbiera, lo único que quería era poder salir afuera y ya. No ser fiel a esas esperas me dejaba ampollas en repetidas ocasiones, ampollas que después me hacían entender la gravedad del asunto.

Sin embargo hoy tengo la certeza de que nada de lo mencionado arriba me hacía sentir ese bicho raro que simplemente no encajaba, aunque siga siendo mi piel la que me debilita. No sólo porque mi piel no produce suficiente melanina, sino porque mi piel sufre de escasez y eso lo compruebo cada vez con más frecuencia. Casi no tengo lunares, mi piel es desértica. Entonces de ahí debe venir esa tendencia a traicionarme. Es que a mi piel al igual que yo le falta orgullo y le sobra apetito. Mi árbol favorito es el sauce llorón, y lo que me afecta de él, porque todo lo que nos gusta es porque nos afecta de algún modo, no es su aparente tristeza, ni su nombre profundamente melancólico, es esa sed perpetua que el pobre tiene. 

Y es que mi piel, como es mía, de tal palo tal astilla, siempre tiene hambre. Una tristeza profunda puede cerrarme el estómago pero me abre la piel. Uno de tantos médicos que he visto, me dijo una vez que el cuerpo es perfecto y sabio, que la piel deja entrar y salir lo justo, lo necesario, lo que puede manejar. Mi piel es seca y si le pongo una cantidad mediana de crema, mi piel la devora, la desaparece, se la traga. Pero también es caprichosa y a veces decide ser impermeable y a diferencia de las cremas a quienes mi piel se chupa, le da por no dejar entrar a nada ni a nadie.

Y digo que mi piel me debilita porque poseo esa necesidad innata de los gatos de ser tocados. Me restrego contra la gente, busco el contacto. Y hoy un juego de palabras me recordó que aún no estoy resuelta y que disto mucho de estarlo.
Regalos de la vida que hoy se verifican con la fácil recordación que la gente tiene a bien obsequiarme.
Que hasta ahora no ha habido nadie que logre cerrarme el abismo, saciarme el hambre, y como en estos eternos veranos secos, nunca sé qué hacer. No tengo un conjuro para la falta de caricias, no tengo un antídoto para este tipo de escasez.
Relaciono el agua con el contacto y el agua me recuerda ese derecho que nos da a mí y a mi piel de sentir sed y complacernos. Los baches emocionales, los ayunos de afecto es lo que abre mis ojos en las mañanas. Hambre. Un hambre capaz de derrotar a la poca lógica que yo poseo. De pronto no importan las justificaciones, de pronto no importa si ya no me parezco a lo que quiero ser, de pronto no importa si mi comportamiento no es ejemplar, no importa. 

Porque es como un vicio. No puedo decirle que no. Nunca parece ser suficiente. Nunca me empalago. Nunca me canso, nunca me hastío y lo peor y mejor de todo es que nunca me satisfago. Y entonces entiendo porque que el verbo satisfacer sea de los más difíciles de conjugar. Y mi piel por extensión no se satisface. Y se ha vuelto sabía dentro de su condición. Se autocensura, calcula, calla, se aguanta se auto dosifica lo necesario para engañar el cuerpo, se prepara para invernar, porque a eso hemos llegado. Y cuando mi piel no consigue lo que quiere, el resto de mis órganos van cayendo por efecto dominó.
Y es que cuando yo me equivoco o me excedo, termina mi piel sufriendo las consecuencias, porque la gente cuando te conoce sabe exactamente dónde dolerte y el bloqueador sólo funciona para la luz del sol.

Con todo esto concluyo, que en el fondo necesito mucho más de lo que tengo, que hay días en que me siento, tan seca, tan impotente, como la piel que me viste y que en ocasiones es capaz (soy capaz) de conformarse con un poco de olor a lluvia y esperar a que la vida nos de la cantidad justa de agua. Ni una gota más, ni una gota menos.


A.