Lo que el tiempo salvó
Recordé a esa niña que hablaba con su perro, el olor a champú, el de canela y café que venía de la cocina. A mi padre con su guitarra mientras me cantaba "Gema", y yo sonreía y sentía pena ajena.
Recordé a mis hermanos, nuestros juegos, las pompas de jabón que flotaban, salían por la ventana y se iban lejos, el viento las sacudía, se ponían transparentes y al fin estallaban. Los girasoles de mi madre.
Pero eso fue después...
Antes trataba de volar. Con una toalla en los hombros. A veces tenía la certeza que alcanzaba a hacerlo un poco.
Y por la noche, por la noche contaba estrellas, escribía cuentos, inventaba sueños, resolvía misterios.
Cuando llovía, esperaba el momento que cesara para salir al balcón y disfrutar del maravilloso olor de la tierra mojada. El balcón tenía unas barandas blancas. Las de más arriba eran mucho más gruesas que las de abajo. En ellas quedaban colgadas las gotas de lluvia y me gustaba pasar las manos rápido quedando empapadas de agua y en ellas el olor a metal viejo. Había unos cables de luz con unos rollos grandes en las puntas. Estaba segura de que con sólo tocarlos podría electrocutarme y morir. ¿Los habré tocado alguna vez? ¿Temía a la muerte desde entonces?
Tenía un perro, que se llamaba Oso. ¡Cómo ladraba!
(Si no lo recuerdo ahora temo perderlo para siempre).
En el patio había un árbol de ciruelas; mi hermana peló una vez parte de la corteza para escribir algo. ¿O para dibujar un corazón? La regañaron fuertemente. El sol era del color que describen las canciones de Gabilondo Soler, en una de las primeras que escuché. A veces había ciruelas en el suelo. Algunas maduras, pero la mayoría, pequeñas y verdes. Comía las que hubiera, en todo caso.
¿He vivido todos estos años sin recordar, sin sentir?
Olvidar en mi caso, es imperdonable.
A veces me encuentro de frente con los recuerdos. Los miro por largo rato desde una esquina y en silencio. Algo en mí piensa que lo que yo veía como un monólogo de esa niña es sólo la parte que me es permitido percibir de un profundo diálogo que se daba en ese momento. El perro y esa niña estaban en otro mundo al que yo ya no alcanzo a acceder, vibraban en una frecuencia que ahora no logró sintonizar. Una instancia de la realidad ahora desconocida para mí. Los miro un rato más. La niña a veces se acerca y me señala amorosamente con el dedo al perro que voleaba suavemente la cola. Esa instancia de la realidad no sólo me es desconocida sino, sobretodo, irreconocible. Asumo otro bache en el modo con el que trato de entender la vida. La triste certeza de que hay algo esencial que me es ajeno, algo que se mide con otros parámetros para los que yo, ya no tengo medidas, algo que nunca más podré volver a tocar ni con palabras y cuya esencia estará ya siempre por fuera de mi comprensión, por muy esforzado, por muy estudioso, por muy disciplinado, por muy brillante, por muy claro, por muy avanzado, por muy intuitivo, por muy agudo que pudiera llegar a ser este espíritu de niña mío.
A.
Ausencias
Sueño con abriles que se conjuguen todo el año
y con gerundios en tus formas más verbales
Con corazones rotos a los que se les pierden los pedazos
Sueño con días nuevos de un calendario desgastado
con mañanas tibias que me digan que no me he ido
que simplemente estoy regresando
que simplemente estoy regresando
Con un puño de sonrisas que siembren flores en mis tallos
con otoños disfrazados de versos... a pesar de los daños
Sueño con esa rabia de quien se corta las manos
con heridas escritas que se convierten en frases, en versos, en trazos...
Sueño con latidos breves y versos largos, con nuestras miradas perdidas en los charcos
con mi voz que aúlla en el tejado.
Sueño con esta muerte que no solo ocurre, sino que sigue pasando
Sueño con esta muerte que no solo ocurre, sino que sigue pasando
Con decirte que sola no estoy mejor, con dejar de caer por acantilados
Porque resbalo si no escribo todo lo que te quise, y entonces de nada sirve escribir, ni quererte...
ni haberte soñado.
A.
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