Quisiera que la gente no usara la palabra amor con tanta frecuencia.
Eso quisiera.
Que se dijeran otras palabras más pertinentes a la vida. A los días, a lo gris sembrado en el cielo, a lo ausente de sus ojos por la mañana.
Al cansancio de mis pies cada vez que hace frío y la habitación queda más lejos que de costumbre.
Quisiera, también, que hoy lloviera algo. Que hubiese justificación alguna para esta deficiencia de optimismo.
Pero sobretodo, repito, (no sin cierto dolor, no sin cierta timidez) quisiera que la gente dejara de decir amor.
Que nacieran otras palabras, o que se reciclaran algunas de las que ya tenemos, como añoranza, o respeto, o admiración, o deseo.
Para nombrar esta intranquila costumbre de no ser, para domesticar esta imperfecta y oscura alegría de no estar.
A.