Si fueras, sería...








Quisiera que la gente no usara la palabra amor con tanta frecuencia. 

Eso quisiera. 

Que se dijeran otras palabras más pertinentes a la vida. A los días, a lo gris sembrado en el cielo, a lo ausente de sus ojos por la mañana.

Al cansancio de mis pies cada vez que hace frío y la habitación queda más lejos que de costumbre.

Quisiera, también, que hoy lloviera algo. Que hubiese justificación alguna para esta deficiencia de optimismo.

Pero sobretodo, repito, (no sin cierto dolor, no sin cierta timidez) quisiera que la gente dejara de decir amor. 

Que nacieran otras palabras, o que se reciclaran algunas de las que ya tenemos, como añoranza, o respeto, o admiración, o deseo. 

Para nombrar esta intranquila costumbre de no ser, para domesticar esta imperfecta y oscura alegría de no estar.



A.





Pulso


Todo un mar para perderte.




Y elegiste el jardín de los objetos insuficientes...

mi memoria.

A.









A.simetría



A veces
tengo miedo
de mi corazón,
de su hambre
constante
de lo que sea que quiere.
La forma
en que se detiene
y comienza otra vez.

Edgar A. Poe





No me gusta el equilibrio, creo simplemente que no me cabe en el carácter. Potencia máxima o maquinaria apagada. Subidas, curvas, bajadas... montañas rusas que nunca me bastan.
Lo quiero todo, un todo que casi siempre me incluye, me encierra, me chupa, me traga.

Me ha pasado desde siempre, alguien que me conoce mucho más de lo que me gusta reconocer, me dijo que me enamoro de hombres salvajes porque a mi me gusta que me zarandeen. 
No me gusta la simetría de las cosas.
Dos ojos, dos manos, dos senos, dos alas... ¿Por qué no más?
Me desquician los textos justificados, los cuadros colocados con precisión quirúrgica, la mantequilla untada en la totalidad de una tostada, sin vacíos.

Me gustan los vacíos, las puñaladas desiguales, los lunares indispuestos, las uñas mal cortadas, el esmalte mellado.
Cuando era adolescente y hacía gala de mi capacidad de desquiciar a mi madre y ella me daba una bofetada, nunca ponía la otra mejilla, no tanto por miedo como por el desequilibrio sensitivo que eso me producía.

Estos diez últimos meses, la vida como mis amantes favoritos me ha sacudido. Lo suficiente, lo justo, lo necesario.
Lo suficiente para ver con los ojos inundados y las mejillas manchadas, lo hermosamente  dolorosa que es la vida.

Lo justo para aceptar que te escapaste de mis páginas como todo buendía.
Para reconocer que no quiero estar de este lado, el que tanto me apela y poco me conmueve. Lo justo para no entenderme vendida, para asumir que he ido cediendo a una simetría suicida.

Lo necesario para recordar que sigo siendo guerrera... a pesar de mi manicura.


A.