¡Niños dejen ahí! ¡Van a ver, les van a venir a jalar las patas!.
Así nos llamaba la atención mi abuela a mis primos, hermanos y a mi al vernos merodear la mesa de la ofrenda de muertos para tomar sin su permiso; la fruta, el pan de muerto, las calaveritas de azúcar o chocolate, entonces corríamos a escondernos en el cuarto de mi madre a devorar el suculento botín.
Las tradiciones en la familia, se siguen casi por osmosis, desde las posadas, la Navidad, el año nuevo, los reyes magos, la Semana Santa, el 15 de septiembre y el día de muertos, gran responsable era doña Lola, quien gracias a la influencia de su madre, su madre, nuestra bisabuela, las llevo paso a paso por ese camino.
Doña Lola, en estas fechas solía llenar la casa con aromas, sabores y esencias, que aunque durante el resto del año, estaban presentes, siempre a finales de octubre, tenían un significado significativo (espero que no sea pleonasmo), preparaba platillos especiales, el mole que le gustaba a mi bisabuela, la calabaza dulce, que a ella le gustaba (pero no comprada, ya hecha), los huazontles, los tamales, y muchos platillos más, sus olores se confundían y se mezclaban con el copal y el incienso, todo ello aderezados con el tequila, el pulque, los refinos, y más bebidas espirituosas y otras no tanto, la mesa estaba llena con flores, frutas y no podían faltar la sal, el agua y la luz a través de las veladoras.
Mi abuela organizaba los eventos en su casa. Se encargaba de todo, los invitados, el chocolate caliente, las galletas en su lata siempre azul, café, flores del patio, velas al santo, casa limpia, recordatorios por teléfono en tiempos en los que el teléfono era de rosca y había que marcar número a número para que a nadie se le olvidara ir a rezar. Mi abuela siempre fue buena para los nacimientos y las muertes. Gracias a ella y sus ideas, hoy en todas las casas de la familia, se pone la ofrenda, sembrando así la semilla en los mas pequeños de seguir con la tradición, ahora ella, sigue siendo parte de la ofrenda, pero del otro lado de la mesa. No puedo evitar recordarle con todo y sus gustos, sus caprichos, con su comida favorita, con sus obleas, con sus frutas predilectas, con su taza de café, y muchas cosas más, así de esta manera, ella sigue presente, junto a sus muertos, los nuestros, los de todos, los que siguen estando en la memoria y en el corazón.
A la muerte mi abuela la manejaba con clase y naturalidad, nunca la vi perder la compostura, de ella nunca fueron los excesos. Y es gracias a ella, quien a pesar de su carácter duro, fuerte, su bonhomía disfrazada de rudeza, de su amor casi escondido para sus hijos, logro con tozudez y empeño algo que quizás jamás visualizó, seguir al frente en las siguientes dinastías, vaya pues, una cariñosa añoranza, el eterno agradecimiento, el infinito amor para ti.
Te extraño abuela, no solo cuando la gente se muere, te extraño a diario...
A.