"Mis criaturas nacen de un largo rechazo"
Pablo Neruda
Lo vi, con fugacidad, asomándose por la ya habitual ventana. Su mirada tan perdida en el vacío, su soledad tan indiferente al resto del mundo... y a mi.
Su presencia tan repentinamente luminosa. "Si me mira, sostendré la mirada" me reté, en mi miedo por tratar de prolongar un poquito más las revelaciones de mi porvenir. Casi al instante, el cerró la puerta, rompiendo así mi espera; mientras, una certeza se acercaba lenta y determinadamente, como el puto destino.
Todo en misteriosa comunión con mis solitarios instintos.
Seguí rutinariamente y sin optimismo. ¿Cuántas veces no me había generado escenas de sorpresivos encuentros con personas desconocidas que podrían endulzarme la vida?, ¿Cuántas veces se habían quedado en simples destellos totalmente intrascendentes dentro de mi cabeza?
Me coloqué en el rincón mas absurdo para mirarlo (con tonta discreción) sin que me viera, mientras yo hablaba sobre la utopía, la libertad y demás maravillas (con brillante torpeza).
Esa es mi fórmula, desde siempre, para establecer un diálogo auténtico y verdadero: Desnudarme desde el interior, desde mi fe más apasionada e imperfecta.
Me escuchó. Un día le sorprendí mirándome, a lo largo del viaje, en dos ocasiones, con claro interés y condescendencia hacia la sensibilidad de mis palabras, con un atrevimiento que bastó para inundarme de jubilosa fe.
Al final, cuando creí que había terminado la espera... me ofreció unas monedas, mi insospechado reclamo fue respondido con un sonoro "da igual" y con esa sonrisa encantadora, inmensa, repleta de bellezas aurorales e incandescentes asumí mi realidad.
No pudo haber mayor armonía que la nuestra. Mi instinto parecía haber triunfado.
¿Compartiría el conmigo todas aquellas emociones de amores y victorias?
"Si me responde, me acerco", me reté una vez más.
Pero esta vez nadie me escuchó. Esta vez no hubo misteriosas comuniones. Había que trascender por cuenta propia a mi destino.
De repente, en menos de un segundo, despertaría de mi pequeña y frágil burbuja. Volvería a mi tratar de aparentar desinterés y sabiduría, a mi fingir ser de un mundo lejano e incomprensible. Sonreí humillada. Mi instinto había sido superado, bobamente, por la cobardía y la inseguridad, en el último tramo, como siempre.
Nadie le dirá que me enamoré de su sonrisa. Nadie le avisará que todo mi llanto había sido para el...
A.