De causas y efectos


Cualquier realidad que encuentres...
Te parecerá inevitable.






A mi me duele la vida. 

Si, sé que no debiera sentirlo y menos gritarlo, pero cada día que pasa me cuesta mucho más disimularlo.
Es como si tuviese el pecho tan lleno que irremediablemente terminará desbordado por algún lado y hoy me ha dado por plasmarlo. Tal vez tenga que ver con que el día está lluvioso y  quizá soy de esas a las que el clima les manipula el ánimo. La cosa es que tengo los ojos colmados desde que los abrí, me ha pasado muchas veces, pero nunca antes con esta sensación en el pecho. Y no hablo de el pulmonar, sino de el que está debajo de eso y honestamente no sé si el escribirlo sea sencillamente un merecido alivio. Es como cuando la gente acaba los maratones y se derrumban cuando pasan la meta, hoy parece que a mi se me acabó el aliento prematuramente... muchos metros antes de la meta. 

Lo cierto es que hoy amanecí rota. Y aunque siempre he creído que crecer es romperse constante y continuamente hoy mi vida ya no tiene excusas de dolerse. 
Me siento estancada y lo que es peor, varada. He tomado decisiones que lejos de hacerme avanzar me hacen caminar en círculos, ni siquiera retrocedo. Es como si una fuerza centrífuga me halara. Lo he intentado todo y no logro recomponerme, nada ni nadie logra rellenarme la rotura nueva que tengo. 
Dicen que los desastres no ocurren de repente. No se desencadena todo en un instante ni pasa sin explicación, pero yo no lo escuché. Saben ese sonido, ese terrible sonido que anticipa el estruendo inminente. No lo tuve.
No me di cuenta de que todo empieza poco a poco, despacio. Un pequeño error se alía con otro y juntos ya son un fallo más fuerte. Así, lentamente, se va formando la montaña. Y cada vez que la mencionas tienes que ser capaz de reconocer también a todos los granos de arena que la ayudaron a crecer tanto. 
Yo me rompí sin previo aviso, sin notificación, sin cuidado posibles derrumbes. Y hoy ando derramándome por todos sitios, perdiendo, vaciándome, mientras camino
Hoy siento que para pararte a pensar en todo lo que ha salido mal, ya es demasiado tarde. Sólo sé que algo me falta, algo se rompió.  Y las cosas rotas nunca quedan iguales, se rompen de nuevo a la menor provocación y mil veces peor que la primera. 
No me voy a quejar, pero quiero agujerearme escribiendo para ver si por algun lado se escapa esta presión.
Quiero creer que no vale la pena sentirse mal por ello, que lo más gracioso de los desastres es que a veces nadie tiene la culpa. Pasan. Porque somos humanos y nos equivocamos. 

Que no podemos evitarlo de la misma forma que no puedes dejar de respirar a voluntad, lo único que puedes hacer es acordarte de cómo añadiste cada grano de arena, cada piedra. 

Aprender.

Y quizá así poder superarlo y seguir adelante.



A.