Añil soledad







La soledad se me multiplicó...

Como en aquella espera repetida, encontré sueños dormidos esparcidos por toda la tierra. No sé si ocurrió en el tiempo del sueño, cuando mis ojos olvidaron la puerta de la luz, o si fue mi propia vigilia y su movimiento infinito lo que me hinchó de ausencias. 

Mi cuerpo se amistó con cada rincón, con cada abrazo y cada caricia que rozó mi humanidad. Y entonces pude recordar. Los besos tardíos como soles en descenso. Los abrazos anchos y felices en donde cobijé mi ira convertida en canción. Tu risa aupada en mi frente, volando en los infiernos de aquel sueño equivocado. 

Nos acomodamos a aquella tierra, a aquella tierra yerma, a aquella casa tan nuestra que nunca fue tuya ni mía, a ese aire seco, aire muerto que nunca sopló, vientos inventados que movían tu cabello y secaban mis labios. Un lugar que nunca fue, y nosotros dos, más vivos que nunca. Nos metimos por el pequeño ombligo del amor y encontramos la risa. La carcajada infinita y silente que reposa oscura en tus ojos tan claros. 

Inventamos la ruta y nos inventamos los caminos, los más inhóspitos que tuvimos. Los días se hicieron tan largos que no pudimos precisar el fin. Y justo en el día en que mi cuerpo se instaló en la rutina de tu plenitud, el viaje terminó. 

Los ojos se me cayeron como dos pequeñas gotas, y tú empezaste a morir, poco a poco.